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Maura Rosa, el espíritu libre

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Maura Rosa es una artista tijuanense que emana sinceridad y sencillez. No se puede decir que sea alguien que hace su música sin esperar nada a cambio, pero dentro del ámbito local, ha evitado caer en ese histrionismo que solía contaminar ciertos estratos de la escena local, optando por operar desde su trinchera, alegremente dejando entrar a quien se tome el tiempo de pasar a visitar.

No se trata de una persona que activamente busque ser contraria a las tendencias -su música no es de corte extremo ni aislacionista- simplemente su naturaleza es ajena a todo el ajetreo innecesario que muchas veces deja a la música en segundo plano. Maura se ha mantenido al margen con piezas apacibles e íntimas que cautivan tanto por su dulzura como por un aire de misterio que las rodea. 

Puliendo su sonido desde el 2015, ha logrado forjar un sello distintivo a lo largo de una trayectoria multifacética, pasando de canciones acústicas, a fusiones de elementos electrónicos y orgánicos (Cama en la Sala, 2018), hasta llegar a un punto donde enfocó toda su energía a sus habilidades de producción.

Ahora, sumergida completamente en software, Maura encuentra nuevos tintes, un poco más oscuros, incluso gestando una nueva personalidad en la que canaliza su gusto por el industrial y el techno, bajo el nombre de Bruca Bruce, proyecto con el cual ha lanzado un álbum (The Problem is that We’re Human, 2023) y un par de sencillos (“Like My Oxygen”, “New Fangs”).

Esto fue precedido por Duerme, y te cuento (independiente, 2022), un álbum que albergaba una sutil sensación de alivio, como si se tratase de una despedida de ese lado dulce que intentaba ser un poco más complaciente con una audiencia que nunca llegó realmente. 

Como parte de su constante reinvención, el año pasado lanzó “Routine Warhead”, uno de sus tracks más intensos hasta la fecha, gracias a una potente batería programada en clave CAN (o Portishead en sus momentos más acelerados), que contrastaba con flemáticas texturas que sin prisa alguna acompañaban al beat. El efecto logrado era el de estar siguiendo a algo o alguien moviéndose a gran velocidad, pero viéndolo en cámara lenta, apreciando los detalles que se forman mientras se mueve a través del aire. 

En sus fichajes más recientes ha dejado en claro la influencia que el trip-hop juega en su proceso artístico, y en Don’t Mind the Light (independiente, 2024), el sonido de Bristol es procesado a través de ese filtro de oscuridad aterciopelada que siempre la ha distinguido. Conformado de dos tracks,  ambas piezas cuentan con su distintiva personalidad: el aura amenazante de “Hunter, the Lion” contrasta con la melancolía de “We Roam”.

No mencionar la voz sería pecar por omisión. Maura tiene mucho más qué ofrecer que belleza lírica, pero es parte importante de su sello. Su entrega es natural y se abstiene de acrobacias innecesarias, optando por tímidas cadencias casi habladas, casi cantadas, con fraseos que parecen ir a contracorriente pero siempre encontrando la manera de encajar con la música. 

A este proyecto nunca le ha faltado admiración. La mención de su nombre siempre viene acompañada de halagos, pero -como ya es costumbre resaltar en esta columna- eso no se ha logrado solidificar en un core audience. Así como existe el sabor a refri, existe el sonido de banda local, pero Maura está lejos de ser un proyecto de sonido rockeril simplón, aunque también lo está de montar un espectáculo a lo Ramona o similares.

No es que eso tenga algo de malo, pero estamos hablando de un espíritu libre que crea por mero instinto y no por compromiso, prefiriendo ir a su ritmo y ahí radica su encanto: te hace sentir parte de algo exclusivo que puedes apreciar por su sinceridad y no porque fue hecho a la medida. A veces sí es mejor ser discreto si eso significa no comprometer tu esencia. Aún así, te invito a visitar y conocer a esta artista. Seguro estará encantada de recibirte. 

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