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El calvario de las mujeres indígenas

Foto ilustrativa tomada de Internet
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Por Fabiola Mancilla Castillo

La Montaña de Guerrero se ha vuelto tristemente célebre por la violencia histórica que viven las mujeres indígenas de la región, que ha permeado en todos los ámbitos de la vida comunitaria. La autoridad que sus parejas creen tener sobre ellas, propicia el escenario ideal para agredirlas, sumadas a la gran impunidad y corrupción que se vive por parte de las autoridades. Ese fue el caso de Eva, una joven mujer del pueblo Ñuu Savi originaria de Xalpatláhuac, que desde muy temprana edad ha vivido el yugo de la violencia machista. A los 14 años se casó con Gerardo un joven de la misma comunidad. Ella dice que tomo la decisión con libertad, pues si lo amaba. Bajo esa premisa pensó que viviría una realidad distinta a la de su madre o sus tías.  

El tiempo paso, Eva recibió la noticia que Gerardo tendría que irse a trabajar a Estados Unidos, pues ante la difícil situación de la región era la única alternativa para darle una mejor vida a ella y a la hija de ambos María. Le prometió que sería poco tiempo, pues él consideraba que un par de meses bastaría para juntar el dinero necesario para construir su casa. Eva aceptó, prometió esperar con a la madre de Gerardo. En las comunidades se acostumbra que las mujeres al casarse vayan a vivir a la casa del esposo.  Ella lo veía como una forma de protección. Los meses de esperar se hicieron años y, por fin, Gerardo regreso.  Eva y María lo recibieron con alegría, sin embargo, este sentimiento duraría poco. Gerardo sabía que tendría que regresar a Estados Unidos, para continuar su sueño de construir un patrimonio para su familia, que dentro de poco sería más grande, pues el pequeño Tadeo venía en camino.

 Gerardo le propuso a Eva que lo acompañara a Estados Unidos, el consideraba que juntos trabajaban más, por lo que más pronto tendría su propia casa, donde vivirían los cuatro como una hermosa familia. Después de mucho pensar Eva aceptó, le puso de condición que primero daría a luz a pequeño hijo, pues consideraba que cruzar el desierto embarazada era muy arriesgado. El plan que pensaron es que cuando tuvieran más estabilidad económica, traerían a sus hijos con ellos. Esta era una difícil decisión para Eva pero sabía que no existían  oportunidades en el pueblo para ella y sus hijos. Migraron, se fueron  pensando que todo sería más fácil pues estaban juntos, y eso haría que ambos salieran adelante en ese país.

Nunca contó con lo difícil que es la vida en un lugar ajeno, donde los vicios y la soledad hacen presa a los miles de migrantes que viven ahí. Poco se habla de esto, pero es una gran crisis que se vive dentro de la población migrante. Los hombres la padecen más, pues ante la imposibilidad de hablar de sus sentimientos y al intentar convencer a sus familias en México, que están logrado el tan anhelado sueño, nunca lo dirán. Esto se vuelve una gran carga emocional. El caso de Gerardo no fue distinto, con la crisis de la pandemia y la escases del empleo, sacaba su ira y frustración contra Eva. Todas las noches al llegar a casa, Gerardo golpeaba a Eva. Algunas veces bajo el argumento de los celos, otras tantas fue porque la comida no estaba en tiempo, cualquier pretexto era suficiente para agredirla.  

Ella lo toleraba, pues fue educada para que siempre obedeciera a su esposo. Ella creía que los golpes  eran parte del matrimonio. Eva cubría los moretones con maquillaje y salía hacia su trabajo. Sus empleadores empezar a notar las marcas que siempre traía Eva, un día le preguntaron sobre los moretones y le dijeron que eso no era normal, que era importante denunciar  a la persona que se los hacía. Le mencionaron que en ese país, golpear a las mujeres no estaba permitido y es muy castigado. Le dijeron que tenía que poner un alto a la situación, y que si ella no lo hacía, ellos tendrían que dar parte a las autoridades, de lo contrario tendrían problemas. A los pocos días Eva volvió a llegar golpeada a su trabajo, en ese momento las personas del trabajo llamaron a la policía.  

La entrevista con las autoridades fue difícil, pues Eva no entendía muy bien el español, su primer idioma es el Tu un Savi o mixteco. En su comunidad solo hablaba en su lengua con su familia y en Estados Unidos la mayor parte del tiempo estaba trabajando o con Gerardo. Nunca existió oportunidad de que aprendiera el inglés o perfeccionara el español. Estas son las principales barreras a las que se enfrentan muchas mujeres indígenas al intentar denunciar a sus agresores, sumándose  al miedo de la deportación por su situación migratoria, ellas optan por el silencio. Por fortuna, no fue el caso de Eva, pues gracias a la tenacidad de las trabajadoras sociales, que la ayudaron a conseguir a una persona interprete, pudo dar su testimonio.  Por primera vez en su vida Eva estaba sola,  no existía una comunidad alrededor que la protegiera, además de eso, ella había denunciado a su única compañía en Estados Unidos. Esta situación hizo que el temor la invadiera, pero decidió seguir luchando para pronto lograr estar junto a sus hijos.   

Los días pasaron, Eva se enfrentaba por un lado al proceso legal en Estados Unidos por haber sido víctima de violencia y, por otro lado, lidiaba con la realidad de que sus hijos estaban a cargo de la mamá de su ex esposo. Micaela, su ex suegra, al saber lo que había ocurrido decidió vengarse de Eva utilizando a sus hijos. Ella hacía todo lo posible para que Eva no se comunicará con María y con su pequeño hijo Tadeo, argumentaba que no podían contestar porque estaban enfermos o que estaban lejos del teléfono. La mayor parte del tiempo aprovechaba para recriminarle por haber acusado a su hijo de forma  injusta; se aseguraba que Eva supiera de las muchas necesidades económicas que los niños tenían, de tal forma que depositara lo antes posible. Esta situación angustia a Eva, pues sabía que Micaela estaba muy enojada con ella y que si no enviaba algo de dinero, la próxima vez que marcará no podría hablar con sus hijos.

Desesperada pidió ayuda, se comunicó con diversas instancias de México, pero siempre se encontraba la misma negativa, pues aunque es beneficiaria del Estatus No Inmigrante U (visa U) en Estados Unidos, y que le permite reunificarse con sus hijos, sería complicado. Los menores no podrían salir del país sin la autorización de Gerardo, que por vendetta nunca lo permitiría.  En algún momento, considero otorgar la custodia a su madre o alguno de sus hermanos, pero de nueva cuenta la autorización del padre era obligatoria en cualquier trámite. Esto frustraba a Eva pues a pesar de que Gerardo es un criminal en Estados Unidos, no podría hacer nada en su país para agilizar el proceso.

Mientras tanto María y el pequeño Tadeo seguían en la comunidad con su abuela. Los malos tratos no solo se militaban a Eva, sino también a sus hijos. Les decían que su madre ya no los quería y que se había olvidado de ellos,  que solo su papá era la persona que se preocupaba por mandarles dinero para que comieran. En una llamada Micaela le dijo a Eva que si ella tardaba un año más en volver, vendería a María con un vecino, pues ya estaba en edad de casarse, de tal forma que no tendría que seguir cuidándola. Al escuchar estas palabras, Eva decidió poner un alto a esta situación, por lo que habló con María y le dijo que era hora de reencontrarse.

Un mañana de abril María y Tadeo se despidieron por última vez de su abuela, le dijeron que volverían por la tarde cuando se acabará la escuela. María y Tadeo tomaron el transporte para Tlapa, donde los esperaba uno de sus tíos. En aquella ciudad juntos tomaron el camión hacia la Ciudad de México, para posteriormente abordar un avión que los llevaría a Tijuana. Llegaron a esta ciudad fronteriza un viernes por la noche, se resguardaron en un albergue, siempre con el temor de ser localizados. Por su parte, en la Montaña la familia de Gerardo activó la alerta Amber, hicieron saber en redes sociales que los menores habían desaparecidos bajo el argumento de estar muy preocupados por ellos. Mientras tanto Eva pedía con todas sus fuerzas que no encontrarán a sus hijos, para que en breve pudieran comenzar la reunificación y estar juntos en los Estados Unidos. Las horas de aquel fin de semana parecieron eternas. El lunes muy temprano la espera terminó,  a primera hora con ayuda de Al Otro Lado, los niños comenzaron su proceso de reunificación.  Ahora Eva, María y Tadeo se encuentran juntos en un lugar donde su calvario, producto por el miedo y la violencia,  ha quedado atrás.


*Opinión publicada originalmente en La Jornada, compartida con previa autorización de la autora.

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