A principios de marzo, la alcaldesa de Tijuana, Montserrat Caballero, compartió en sus redes sociales el avance del mural que se estaba realizando en la rampa de frenado del libramiento Rosas Magallón, explicando la temática del mismo que hace alusión a los orígenes migrantes de nuestra ciudad y presumiendo además que no le costó ni un peso a la ciudad.
El mural, realizado por Fredy Samuel Cruz Sánchez, artista oaxaqueño, es sin duda una obra que, como muchas otras realizadas recientemente, contribuye al embellecimiento de los espacios públicos urbanos. Sin embargo, fue lo último que la alcaldesa expresó en su publicación lo que encendió discusiones en redes, acerca de si debe o no costarle el arte a la ciudad. No voy a ahondar en ese tema por el momento, pero sí quiero argumentar que, aunque el arte no le deba nada al gobierno, en nuestro país el gobierno sí tiene una deuda histórica con el arte.
Es común que en los gobiernos autoritarios se censure el arte que no es complaciente con el poder, y eso fue lo que pasó durante el siglo XX cuando movimientos artísticos de carga política contestataria, y algunos que no lo eran pero simplemente no se alineaban a las buenas costumbres de la sociedad conservadora, eran censurados y perseguidos.
La persecución del rock durante los setenta y ochenta truncó la carrera de músicos prometedores y orilló a todo un movimiento artístico a la clandestinidad.
El cine es otro caso de abandono y censura política, pues mientras la industria cinematográfica crecía en el vecino país del norte y se extendía por el mundo en los años ochenta, aquí en México, desde los años sesenta y setenta, el gobierno utilizó legislaciones y diferentes mecanismos para censurar el séptimo arte. No solo se censuraban las historias de carga política, como aquellas que hacían alusión a los eventos de Tlatelolco de 1968, sino también melodramas más mundanos pero que atentaban contra la “buena moral” de la sociedad. Lejos parecían haber quedado los tiempos de la época dorada del cine mexicano y la libertad creativa que cineastas como Alejandro Jodorowsky peleaban por mantener.
Ahora, durante el actual sexenio, fueron desaparecidos 109 fideicomisos que fomentaban el deporte, las ciencias y el arte, entre ellos el FONCA y el FIDECINE, ahorrándole millones de pesos de presupuesto al erario público, pero afectando gravemente a la cultura y el arte que de por sí no es bien atendido en nuestro país. Los fideicomisos para el arte y la cultura fueron integrados ahora a la Secretaría de Cultura, para “evitar el mal manejo de recursos y la corrupción”.
En un país asolado por la violencia de grupos criminales y donde las brechas socioeconómicas se hacen cada vez más grandes, el arte es crucial para que los jóvenes no caigan en la delincuencia, pero parece que la estrategia de abrazos y no balazos aplica más para otorgar amparos a los delincuentes que para evitar que los haya.
La deuda sigue ahí y cada año aumenta el interés. México es un país con una tradición artística muy importante, pero esa tradición no puede continuar si no hay artistas que la perpetúen. Y ¿cómo va a haber artistas si no hay educación con ese enfoque desde las instituciones educativas y más que fomentar e impulsar las artes se les abandona y se les censura?