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“Violencia de génesis” (Fragmento) un cuento de Xavier G

Portada del libro
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Un don del Señor son los hijos. 

Recompensa es el fruto del vientre. 

Salmos, 127:3.

La violación se disfruta cuando se invierten los papeles, pensó María después de eyacular dentro del hombre que la forzó. Unos minutos antes, cuando el imbécil intentaba penetrarla, ella pronunció una plegaria que cambió su destino. No supo si sus palabras despertaron una estrella en el cielo, o si, por el contrario, fue la estrella la que influyó en sus pensamientos para dar forma a ese ruego. ¿O habría sido un cometa, en vez de una estrella, aquel cuerpo triangular con una de sus puntas apuntando hacia ella?

A diario salía temprano de su casa rumbo a la fábrica, pero esa vez se le hizo tarde. Ni modo: a tomar el camino corto, aunque fuera el más peligroso. Ya le habían advertido que este era un trayecto lleno de escondrijos y establecimientos abandonados. Las violaciones se habían multiplicado en esa zona durante los últimos meses. Los criminales sabían cómo sortear las cámaras de seguridad: usaban máscaras de látex inteligente y aprovechaban las horas de poco tránsito para cometer sus ilícitos. Conocían muy bien las callejuelas y los recovecos en los que podían aferrar a las jóvenes sin temor a ser aprehendidos. Además, los muy cabrones utilizaban guantes y condones anti-ADN. La ciencia siempre se las ingeniaba para dar alas a los alacranes.

Cuando María caminaba rumbo al trabajo, el enmascarado emergió de las sombras y le aferró la cabellera. La arrastró lejos de los haces de luz del alumbrado público y rápido le mostró la navaja, poniéndosela muy cerca de los ojos para subrayar la agudeza del filo. Si cooperas, te dejo viva. Ella sabía que al resistirse el cabrón le iba a dejar una marca en la cara, por eso cedió de inmediato; incluso se subió la blusa porque era la única forma de evitar que el agresor se la arrancara a navajazos. Habría sido peor no tener cómo ocultar su desnudez después del crimen. ¡Bájate los pantalones! Gritar tampoco valía la pena: además de que había poca gente por ahí a esas horas, era probable que el agresor la apuñalara.

El cabrón la tiró al suelo, se le subió encima y la penetró con fuerza. Ella se quejó y desvió la mirada hacia un costado. Una mezcla de asco, miedo e indignación se le agolpó en la garganta. En vez de resistirse, dejó caer los brazos al suelo y, sin querer, tocó una planta que salía entre las fisuras del concreto. La aferró con una de sus manos, como si quisiera arrancarla, pero sus raíces parecían haberse enredado en el corazón de la Tierra. En lo alto del cielo divisó una estrella extraña: un triángulo luminoso que se movía de un punto a otro con rapidez. Una hebra de luz finísima y verdosa se alargó desde aquel astro y besó sus ojos.

María acarició las ramas firmes de la planta y las notó húmedas. Palpó una savia verdosa entre sus dedos y la sintió deslizarse por la palma de su mano, escurrir hasta su abdomen y continuar su camino para introducirse en su vagina. Esta nueva humedad la sobresaltó y produjo una fuerte vibración en su pelvis. Una oleada de palabras inundó su pensamiento y salió de su boca en forma de rezo: Dame una secuencia justiciera: si existe una fisura anómala y sagrada en la fractalidad del universo, trastoca cada acto hasta fundar un equilibrio. Los ojos del agresor se agrandaron en los agujeros de su máscara después de que ella dijera esa plegaria. Una rama surgió de la entrepierna de María y se extendió hasta encajarse en el vientre de su atacante. Una fuerza desconocida vigorizó sus brazos y su pelvis, dándole una insólita capacidad de empuje. El hombre empezó a quejarse cuando ella le arrancó la navaja y se la puso en la yugular: si cooperas, te dejo vivo.

María percibió la indignación y la impotencia que constreñían al cabrón. Además, no solo encontró consuelo en sus quejidos, sino también una especie de música estelar que la incitaba a continuar con el castigo. Hijo de tu puto padre, gruñó María, con rabia genital. Habría sido injusto recordarle a su progenitora, por eso prefirió mentarle al progenitor. De la boca del agresor escapó un gruñido de desesperación cuando ella lo doblegó y lo volteó en el suelo con facilidad. Saboreó esa permutación en la que el acto de infligir dolor a un hombre se convertía en una fuente de placer. Al borde del orgasmo, lo tomó por los cabellos y le estampó la cabeza contra el suelo en dos ocasiones. De nada le sirvió al cabrón oponer resistencia, la fuerza de su castigadora era avasallante.

María sonrió al notar que algunas lágrimas transparentaban la máscara del agresor, dejando sus rasgos faciales a la vista. Ella sintió una punzada en su nuevo miembro e hizo una pausa en la faena para contemplarlo: un tronco amplio y carnoso con venas abultadas. El inútil dio media vuelta en el suelo y se alejó casi gateando, pero María truncó su avance aferrando uno de sus pies. Mientras lo jalaba con fuerza para atraerlo hacia ella, varias imágenes en las que se veía a su agresor violando a otras mujeres desfilaron por su mente. A partir de ellas le surgieron unas ganas incontrolables de chingar: un apetito que solo podía saciar si forzaba la puerta trasera del cabrón.

Lo arrastró y lo acomodó justo como la ocasión lo requería: con las piernas abiertas y el esfínter muy visible, al alcance de su deseo. Como no dejaba de moverse, tuvo que alaciarlo con un golpe en el hígado: solo así consiguió introducir su miembro ramal en el orificio. Enseguida comenzó a embestir contra la retaguardia del imbécil con la constancia de un rotomartillo, sin miramiento alguno. Estás bien rico, así me gustan, apretaditos. Ante cada intento del cabrón por zafarse, las reacciones de María se materializaban de manera contundente. Una respuesta física acompañaba cada pregunta que ella se formulaba. ¿Te resistes? Golpe. ¿Tratas de huir? Leña. ¿Además, lloras? Jalada de greña y frentazo contra el suelo.

Tras ese escarmiento, el inútil permaneció tenso de horror, como si un demonio cósmico lo tuviera encañonado. Ella lo supo manso, digno de una nueva arremetida, y lo volteó sobre el suelo para encararlo. Muévete, pinche bulto. No supo cómo salió esa frase de sus labios, ni por qué se disparó su excitación al ver el rostro de su atacante transido de pavor. Apresó los tobillos del cabrón y enseguida le dobló las rodillas hacia el pecho para verle el orificio y usar sus pies como aretes. Esta vez lo penetró con dificultad y disfrutó la estrechez de esa abertura recién estrenada.

Después de varias embestidas y mentadas de padre, María enfiló hacia el orgasmo. Se produjo en sus entrañas un magma espeso que comenzó a ascender por su falo ramal, el cual poseía una abertura que solo podía llamarse uretra. Quería vaciarse como un volcán enloquecido. De pronto, sintió una inminente erupción de flora, como si el alumbramiento de un árbol se avecinara. Un líquido espeso brotó de su miembro e inundó la caverna húmeda del violador feminizado. Doy vida a la materia dormida en su existencia, dijo María, con la voz entrecortada por sus resuellos, y continuó sacudiéndose hasta expulsar el último chisguete de semen arbóreo. Se separó de su víctima y no pudo reprimirse las ganas de marcarlo. Alzó la navaja que se había agenciado y le cruzó el lado izquierdo del rostro con un tajo limpio, desde la frente hasta el mentón.

Cuando María se incorporó, el inútil, aún lloroso, cubrió con sus manos la grieta triangular que brillaba entre sus piernas. Se puso en pie como un rayo, se subió los pantalones y salió de ahí con alas en los pies, como si le hubieran clavado el tridente del diablo en el culo.


*Este cuento forma parte del libro Violencia de génesis (1ra. edición, XG, 2023) y se publica con autorización del autor.


Xavier G es narrador, poeta, editor y músico en ciernes. Nació en Tijuana, Baja California, México, en 1973. Estudió las licenciaturas en comunicación y literatura en la UABC. Ha colaborado en distintos medios y publicaciones, entre ellos H para hombres, Letras Libres y Latin American Literature Today. Ha publicado los libros Esto es lo que pienso de ti (CECUT-CNCA, 1996), Ficciones de carne y hueso (Altanoche, 2008), Muerto después de muerto (Abismos, 2013; 2da. edición 2018; 3ra. edición, XG, 2022), Génesis Tres Dieciséis (1ra. edición, XG, 2022) y Violencia de génesis (1ra. edición, XG, 2023).

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