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Un Tesoro Desenterrado: Atrás del Cosmos y su álbum Cold Drinks and Hot Dreams

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Ana Ruíz es un nombre que no a muchas personas les sonará familiar, como tal vez sí una Ceci Bastida o Rita Guerrero, pero su presencia discreta no debe ser confundida con una falta de importancia. En lo que concierne al jazz -y siendo más específico, al free jazz– mencionar este nombre viene con gravedad implícita, y no es para menos, pues se trata de una figura pionera de este movimiento en suelo nacional al fundar en 1975, junto con Henry West (saxofón) y Robert Mann (batería, percusión), el primer ensamble de improvisación libre, Atrás del Cosmos

La historia de los orígenes de este ensamble capitalino es rica en detalles, y está mejor contada por la poderosa e incisiva pluma de David Cortés Arce (figura importantísima en el periodismo musical) en su columna en el portal de la revista Nexos.

En un muy injusto resumen, a inicios de los 70s, Ana conoce a Henry, quien trabajó con Don Cherry en la supervisión musical del film La Montaña Sagrada de Alejandro Jodorowsky, y de ahí se desprende una serie de agrupaciones y exploraciones que culminaron en la creación de Atrás del Cosmos. Por cierto, ese nombre tan cargado de misticismo, irónicamente viene de algo tan aparentemente mundano como la ubicación de su cuarto de ensayo: atrás del Cine Cosmos en la Ciudad de México. 

A pesar de contar con mucho material grabado, durante su existencia sólo lanzaron un cassette, Cold Drinks / Hot Dreams (El Ágora, 1980), que inmortaliza una presentación en vivo, ya conformados como un cuarteto con la adición de Claudio Enríquez (contrabajo).

En lo que concierne a sus numerosas sesiones con Don Cherry en México, por cuestiones de derechos y licencias por parte de la familia del aclamado jazzista, estas se encuentran en el limbo, bajo la incertidumbre de si algún día podrán ser publicadas. Por el momento, hay que celebrar la iniciativa del sello neoyorquino, Blank Forms, por editar por primera vez en acetato esa mítica cinta que llevaba un poco más de cuatro décadas perdida. 

A lo largo de ocho piezas -cuatro originales y cuatro “covers”- los músicos se mueven a través de un rango dinámico y emocional que es complejo y vasto, evitando quedarse en un solo punto por mucho tiempo, pero cuando un nuevo motiff entra en escena, el ensamble se da tiempo de explorarlo para después romperlo en transiciones tan orgánicas, que podría confundirse con algo previamente ensayado. De esta manera, el cuarteto va de la calma al caos de manera gradual y mesurada, pero nunca predecible, y con un cromatismo que resulta bastante psicodélico, muy ad hoc con la época. 

El piano de Ruíz toma protagonismo en las piezas en la que está presente debido a su constante movimiento ejecutado en staccatos percusivos que, a pesar de su atonalidad, no resultan estridentes. Su neurótico andar tiene cierta delicadeza, pero eso no le resta potencia; el ataque de Ruíz es firme y espontáneo. En las percusiones, Mann dispone de un arsenal que igual es delicado como poderoso: un meditativo balafón en la solitaria “Hand Clap II”, tambores de mano (“Hanne IV”) y su batería expresiva y explosiva en el resto del álbum. 

Por su lado, el saxofón y contrabajo de West y Claudio respectivamente, son más estratégicos. No siempre están presentes, pero cuando todos están sonando al mismo tiempo, la química es innegable: el cuarteto se comunica en un lenguaje idiosincrático y fluido, acuñado en todas esas sesiones previas de ensayo dedicadas a la completa desinhibición musical. 

Hablar de música creada en territorio mexicano muchas veces implica recorrer una ruta trazada por una narrativa tan poco cuestionada, en la que el paisaje muestra los mismos nombres una y otra vez. Y, claro, hay clásicos que resultan inamovibles sin importar qué tanto revisionismo se les aplique, pero habrá que aceptar que nuestro acervo se ve beneficiado por esos ejercicios de rescate que se dedican a traer a la luz aquellas cosas cuya huella se fue disolviendo con el tiempo, a pesar de que la fuerza de su pisada fue bastante contundente en su momento. Al final, siempre es mejor tener más música qué escuchar, y si esta viene con historia, mucho mejor. 

Atrás del Cosmos no sólo fue un ensamble de jazz pionero que desafiaba las convencionalidades desde lo musical, sino que su mera existencia ya era un acto contestatario en sí, por el atrevimiento de contar con una mujer en su alineación; no satisfechos con eso, a esta mujer se le veía tocando el piano y no cantando, y aparte, lo hacía al margen de las formalidades académicas, causando molestias a los puristas y asombro a quienes se dejaban llevar por esa libertad dodecafónica. 

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