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La guerra la empezó el Estado y se asoció con un cártel

Javier Jimenez holds his hands during a pray service against violence in Tijuana, Mexico, Wednesday, Nov. 26, 2008. Members of deferent religions, relatives of kidnapped, disappeared and community members gather to pray for peace and against the violence hitting this border city. (AP Photo/Guillermo Arias)
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Por Omar Millán

Desde que fue declarado Genaro García Luna culpable de narcotráfico y delincuencia organizada, traigo en mi cabeza algo que me repetían las familias de desaparecidos y otras víctimas de la guerra contra el narco cuando hice el libro Viajes al este de la ciudad: ¿Cómo nacen las plegarias?

Ante el dolor de sus pérdidas, oraban como único recurso frente a la injusticia del sistema civil; buscaban ayuda divina. Decían que era imposible vivir en esa situación sin la fe. Es decir, las plegarias nacían de la desesperación y la esperanza.

A raíz de la guerra contra el narco que declaró el ex presidente Felipe Calderón hace 16 años en Tijuana, esta frontera cambió de arriba abajo como luego lo haría todo el país (muertes, miedo, secuestros, incertidumbre, impunidad…).

La declaratoria de culpabilidad de García Luna (el hombre más poderoso en el sexenio de Calderón) confirma que la guerra la empezó el Estado y que se asoció con un frente o cártel desatando divisiones, rencores, aliados, monstruos y más violencia, ante una población mayoritariamente dividida, ajena, indolente, desinformada, que a veces observa en las calles a deudos que ya sólo piden hallar los cuerpos de las víctimas para poder rezarles en un lugar.

La esperanza de justicia en esta batalla, como parece, nos vendrá quizá desde Estados Unidos, el principal consumidor de narcóticos.

*Foto de portada de Guillermo Arias para el libro Viajes al este de la ciudad (Trilce, 2014), cortesía.

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