‘Aunque es de noche’, fragmento de la novela de Montserrat Rodríguez Ruelas
Sé ser tan caudalosos sus corrientes,
que infiernos, cielos riegan y las gentes,
aunque es de noche.
San Juan de la Cruz
Apenas la anticipación de la primera luz del día, el frío recorta sus movimientos. Ulises camina por el andador sin detenerse, por el tiempo que duran sus pasos parece no pensar en lo que le espera, parece no ver la línea recta del camino que tendrá que recorrer desde acá abajo. En vez de eso, voltea, gira cada cierto tiempo su cabeza atrás, en dirección al túnel. Pero nadie lo sigue, a esa hora son pocos los que custodian lo suyo, a esa hora hay un espacio entre los ruidos de la noche y los ruidos del día. En esa ranura, en esa aparente calma, los pasos de Ulises se aferran al camino, hasta que la primera luz reviente y el lugar se abra. Entonces, para continuar su viaje, tendrá que descender.
*
A mí me construyeron para prevenir inundaciones, para que dejara de partir la ciudad en dos cuando llovía, para que ellos pudieran controlar el cauce del agua. En las calles todavía se pueden ver las bajadas que formó mi río, en ese tiempo de agua estancada la gente se empeñaba en habitarme. A pesar del peligro, a pesar de las advertencias. Por eso metieron las máquinas y taparon mis salidas. Cuando quise abrir nuevas venas, el cemento ya había penetrado las grietas. Pero se les olvidó que el agua conoce su tiempo, y que antes de ser canal, fui río.
*
El sol de las doce calienta su cuero cabelludo, Ulises rasca su cabeza. Las uñas hacen contacto con la raíz que hasta hace algunos meses no prosperaba. Él heredó el cabello de su madre, crespo. Eso fue lo único que pudo llevarse cuando salió de su casa. Esa madrugada Ulises caminó sin saber a dónde ir, anduvo con los delgados rizos que se movían como un halo en medio de tanto poste de luz inservible.
Cuando Ulises llegó, no le avisaron. Su iniciación fue al tercer día, el sol iba saliendo. No los sintió llegar. Solo cuando un par de cuerpos lo levantaron, abrió los ojos. No reconoció el túnel en el que había dormido, no le eran familiares esas paredes en lo oscuro. Hasta que dos pares de brazos lo arrastraron hasta la parte más baja, esa parte de mí donde corre el agua sucia, entonces sus ojos se ajustaron a la luz. Lo hincaron frente a mi cauce piloto. El miedo comenzó a engarrotarle las extremidades. Esperaba sentir el primer golpe, la respiración de los otros, el olor a rastro viejo. En su lugar llegó la mano que le jaló el cabello por detrás, levantando su rostro, curvando su cuello. Después las tijeras, su burla abierta y cerrada, abierta y cerrada. El roce descendiéndole por el cuello, haciéndole cosquillas y él sin poder reír. Luego la mano se detuvo, empujó su nuca. Sus ojos volvieron a encontrarse con mi cauce piloto. Vio los rizos de su madre irse con mi agua sucia. Vio sus propias lágrimas correr tras ellos. Sentí cómo sus manos querían tocar los parches que quedaban en su cabeza, protegerlos, esos pedazos de sombra que el rastrillo remató.
Con el tiempo, Ulises aprendió a simular que no le importaba. Ya no ponía resistencia, pero podía sentir el odio registrado en su cuerpo. Se grababa el rostro de esos hombres y su costumbre de pelar al ras su cabello para que en las redadas, los policías no pudieran ocultar los golpes, para que vieran, para que leyeran en los pozos de sus cráneos, las marcas de encuentros anteriores. Esos hombres a los que escucho decir que se rapan por mí, para ofrecer a mis aguas esa parte de ellos. Un tributo que no les pedí, un tributo que se inventaron.
Ahora, mientras Ulises se aleja cada vez más de los túneles, se permite sentir. Deja que su raíz engendre, que de ésta brote el cabello que lo acompañará durante su viaje, para volver a enterrar la mano en la mata de rizos y entrelazar los dedos con su madre.
*
Antes de venir aquí, Ulises vivía en una casa. Lo veía pasar por encima, correr por el puente. Yo cortaba su camino por debajo y juntos formábamos una cruz sobrepuesta.
Parecía que a él no le importaba ensuciarse. La marca en los pantalones, la bastilla descosida, cortado el hilo para aprovechar la tela. Solo le importaba correr. Solo sabía correr. El retumbar de sus rodillas, el braceo rítmico como si nadara desde arriba, como si en su cuerpo estuvieran contenidas todas las inundaciones, como si en los palmos de su espalda cupiera yo, porque su espalda, incluso ahora, sigue siendo ancha y su cuerpo alto.
Poder acompañarlo. Seguir el cauce de su sangre, el eco de su peso en las alcantarillas. Desde aquel momento lo seguí a todos lados, en parte para comprobar que llegara bien a su casa y un poco para olvidarme de lo que pasaba en mi interior.
*
Hay días en que soy la canalización y otros días en que soy el canal, hace mucho tiempo que nadie me llama río.
Rumbo al mar, oculto el río que soy.
*
Desde antes de que llegaran ellos, ya había otra gente haciendo un hueco aquí. Desde antes de que trajeran el cemento para construirme, antes de que naciera Ulises, cuando yo solo era un camino trazado por agua, la gente ya vivía en mí. Y también desde ese antes ya estaban pensando en cómo sacarlos. A los asentados, reubicarlos. Desalojarlos porque en noviembre se abrirían las compuertas, les dijeron. Sus advertencias reverberaban en mi interior. Que en la presa había un hervidero, hasta los bordes las gotas de lluvia. Que parecía que alguien le había prendido fuego por debajo y por eso les urgía desfogar todo aquello. Y que hubo quienes no creyeron. Que hubo quienes confundieron la descarga con más lluvia.
————
*Este fragmento es parte de la novela Aunque es de noche (Edit. Punto y Coma, 2023), la cual obtuvo el Premio Nacional de Novela Breve “Amado Nervo” 2021 y fue publicado con previa autorización de su autora.
———-
Montserrat Rodríguez Ruelas (Tijuana, Baja California, 1993). Por su novela inédita Esta ciudad lleva su rostro obtuvo mención honorífica en el Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras 2019 convocado por el Programa Cultural Tierra Adentro. Fue becaria del programa Jóvenes Creadores 2020-2021 del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.