Por Jairo Meraz Flores y José Juan Cervantes
I. Contexto
Lo que tanto se temía se cumplió: Donal Trump ganó las elecciones en Estados Unidos y tomará protesta como presiente el próximo 20 de enero. Su campaña electoral nuevamente tuvo como uno de sus pilares el discurso antinmigrante, aunque aún está en duda qué es lo que realmente pasará con el tema migratorio. La única certeza que tenemos es que sus comentarios xenófobos y la promesa de efectuar deportaciones masivas han generado gran confusión y desesperación. Antes de que Trump asuma la presidencia de los Estados Unidos, muchos migrantes están haciendo hasta lo imposible para llegar a la frontera de México y Estados Unidos.
Varias ciudades del sur y el norte de México se están viendo sobrepasadas por las llegadas de personas en situación de movilidad. Recientemente, el gobierno de México desarticuló una caravana ofreciéndoles a quienes la integraban un oficio de salida por 20 días, el cual les permite transitar a lo largo del país; sin embargo, muchos de ellos no tienen los recursos para realizar el viaje hasta la frontera sur de Estados Unidos. Además, se han anunciado otras dos caravanas que en los próximos días estarán saliendo de Tapachula, Chiapas. Es muy probable que, al igual de sus antecesoras, sean disueltas antes de salir del estado de Oaxaca.
En este panorama incierto sobre qué pasará con el “Programa de Parole Humanitario”, al cual se pide cita a través de la aplicación CBP-ONE, las casas y albergues de migrantes en la franja fronteriza norte de México están reportando lleno total, y en algunos casos sobre sobrepoblación, pues quienes ya tienen una cita programada temen perderla y no tener oportunidad de ingresar de forma segura a Estados Unidos. No sabemos ni cuándo, ni cómo, pero seguramente este programa desaparecerá y habrá lo que Trump y su equipo han denominado deportaciones masivas.
II. Deportaciones masivas
Trump repite constantemente que hará las deportaciones masivas más grandes en la historia de los Estados Unidos; sin embargo, no ha especificado cómo se llevarán a cabo. El financiamiento de esta iniciativa es un tema fundamental. Además, la mano de obra de los inmigrantes irregulares representa un gran porcentaje en algunos sectores de la economía estadunidense, como son la agricultura, la construcción, los servicios y los cuidados a enfermos y adultos mayores.
Algunos analistas consideran que instrumentar un programa de deportaciones masivas costaría aproximadamente 88 mil millones de dólares, por año. El gobierno norteamericano carece del personal y de la infraestructura para llevarlo a cabo en el corto plazo. Históricamente, el máximo de personas expulsadas por Estados Unidos a México no rebasa el medio millón de personas en un año, lo cual ocurrió durante la administración de Barack Obama.
La posibilidad de deportaciones masivas de connacionales podría convertirse en una tragedia humanitaria. México carece de la capacidad de albergar temporalmente a los mexicanos recién deportados y posteriormente ofrecerles viviendas dignas, acceso a la educación y a la salud, lo que también implicará atención psicológica y/o psiquiátrica. Otro tema importante será otorgar identificaciones oficiales que les permitan abrir cuentas bancarias y acceder a empleos formales. Asimismo, el gobierno de México no ha logrado garantizar a los extranjeros su estancia regular en el país, ni el acceso a los derechos básicos.
En el terreno económico, las repercusiones por el peso que representan en la economía nacional, la llegada de remesas de esos trabajadores migrantes disminuirá. Un gran desafío para el gobierno de México será insertar en el mercado laboral a los recién deportados, mexicanos y extranjeros, aprovechando sus habilidades laborales adquiridas en Estados Unidos. Si no es posible aprovechar su fuerza laboral, se incrementarán la pobreza y las desigualdades en el corto plazo.
III. Contrapesos a la retórica antinmigrante
El Papa Francisco recientemente ha nombrado arzobispo de Washington, D. C. al Cardenal Robert McElroy. Este nombramiento puede ser interpretado como un gesto político del Vaticano para contrarrestar la narrativa antinmigrante de Trump. El Cardenal McElroy es una de las voces más progresistas para dirigir la Iglesia Católica en la capital del país. Crítico de Donald Trump y defensor de los migrantes.
El nuevo arzobispo de Washington ha dicho ante la prensa: “La Iglesia Católica enseña que un país tiene derecho a controlar las fronteras, y el deseo de nuestra nación de hacerlo es un esfuerzo legítimo. Al mismo tiempo, estamos llamados a tener siempre un sentido de la dignidad de cada persona humana, y por lo tanto los planes de los que se ha hablado de tener una deportación masiva, indiscriminada y más amplia en todo el país sería algo incompatible con la doctrina católica”.
Aunque la Iglesia Católica representa porcentualmente solamente al 22% de la población norteamericana, es muy significativo que uno de sus principales líderes, cercano al Papa Francisco, alce su voz para proponer una nueva forma de relación entre las personas y los pueblos en la cual todos son bienvenidos y respetados.