Un secreto llamado Sunnesther
No es ningún secreto que mi postura ante mucho de lo que se hace desde la trinchera de las generaciones más jóvenes, es de escepticismo, especialmente cuando se trata del ámbito experimental o de esa electrónica casera que vio su auge la década pasada con aquel fenómeno llamado vaporwave.
Platicando con un buen amigo -de esa generación, por cierto- llegamos a la conclusión de que la laptop ya es la nueva guitarra acústica, y así como nos aterra que llegue algún trovadorcillo a querer tocar “Lamento Boliviano” o “Wonderwall”, la zoomertronica ya viene con sus clichés que impresionan más a quienes los tocan que a quienes los escuchan.
También -hay que aceptarlo- al llegar a cierta edad, las tendencias nos empiezan a rebasar; es un proceso inminente que se desenvuelve de manera más digna al aceptarlo, dejando de pretender que entendemos toda la onda de los jóvenes sólo para quedar bien o no vernos anticuados.
Sin embargo, la sensibilidad poco sabe de generaciones y de modas, y para quienes mantenemos la mente abierta -aunque escéptica- siempre hay algo que se inmiscuye por donde menos lo esperamos. Cuando un buen amigo me compartió un link con un álbum de una misteriosa artista hace casi ya cinco años, me terminé sumergiendo en una búsqueda que me llevó por muy buenos álbumes que destacaban dentro de todo un catálogo de producciones un tanto trilladas de vaporwave y derivados (aunque para ser justos, se trataba de productores muy, muy jóvenes en ese entonces).
Desde el roster del netlabel Virtual Soundsystem, el trabajo de ANCO (ahora Sunnesther) tenía sobrada personalidad: sus portadas se alejaban de la nostalgia neón, no había personajes de anime ni efectos de VHS. Su sonido era incómodo y misterioso, más apegado a lo que hacía Tim Hecker o The Caretaker, que a Vektroid o los Eccojams de David Lopatin (aunque claramente también eran influencias importantes).
Desde entonces, Sunnesther se ha mantenido firme, cada vez tomando más recursos para acuñar una propuesta a un estilo más consolidado, haciendo varios lanzamientos cada año, pisando distintos terrenos a lo largo de 13 álbumes. Estos ejercicios vieron su primer punto alto con Bullets to Heaven (MDP, 2021), que fue un magnum opus de casi dos horas, en el que la artista no escatimó en estilos e influencias para crear una experiencia intensa, tanto en su violencia como en su calma; hay un poco de trip-hop, un poco de ambient, un poco de hypnagogic pop, noise y drone, integrando estos estilos y no sólo dejándolos desperdigados entre canciones. Y si sus discos anteriores ya traían una carga emocional bastante pesada, Bullets to Heaven aumentó el tonelaje considerablemente.
En sus obras más recientes –Music for Empty Industries (independiente, 2022), Why? (independiente, 2023)– ha empezado a hacer uso más constante de su voz, dándole un nuevo matiz a su trabajo y ha decidido añadirle un poco más de luz a su paleta anímica, con toques más lúdicos. Esto ha resultado en tracks que nos remontarán a aquellos años en que la indietronica tuvo su auge, con una estética un tanto quirky, juguetona, pero sin dejar fuera ese colmillo agresivo que siempre la ha caracterizado, a veces incurriendo en gritos a lo screamo, creando un contraste que podríamos comparar (como referencia solamente) al dramatismo de Xiu Xiu, Wreck and Reference, o para quienes crecimos en Tijuana, podría sonarnos a una mezcla de la dulzura de Loopdrop con el ímpetu de Mae Machino, algo que sin duda nos hará retroceder en el tiempo a aquellos eventos organizados por La Embajada o Discos Invisibles a principios de los 2000s.
Si esto puede llegar a sonar muy nostálgico, me alegra decir que Sunnesther no es alguien que abuse de ese recurso, a veces tan indulgente, explotado y abaratado como lo es la nostalgia hoy en día. El sentimiento que puede llegar a evocar tiene que ver más con la inocencia que con el añoro por una época en la que probablemente ni siquiera vivió.
Sus samples de voces infantiles -a veces riendo, a veces llorando o a veces en situaciones extremas como llamadas al 911- nos ponen en los zapatos de personas que tratan de comprender el mundo que les rodea, viéndolo con asombro y miedo al mismo tiempo; cada emoción es nueva, y probablemente esa sea la razón tras la intensidad de su música. Se trata de algo más universal y visceral que lo que hace una banda promedio que quiere sonar como un grupo ochentero o noventero, aunque suelen ser esas las que cautivan al público con su cosplay de una época en específico.
Lamentablemente, a pesar de la calidad y la constancia, Sunnesther no ha podido cruzar a ese lado en el que más público conozca de su existencia. Razones habrá de sobra, e incluso no faltarán quienes digan que sólo porque algo sea underground no quiere decir que sea bueno o innovador, y algo hay de razón en ello; a veces se tiende a romantizar la imagen del artista incomprendido o ignorado.
Sin embargo, este no es el caso, y sus incursiones en compilados (EKŌ-01 VA, 2021, MASS+VOLUME, 2021), breves menciones en medios como The Wire, así como el rumbo un tanto más accesible (pero no complaciente) que su música está tomando, tal vez culminen en unas cuantas escuchas más. Así que, estimada audiencia, si el criterio de un servidor tiene algo de importancia, se les invita a conocer la obra de esta artista nacional que, si bien tiene todo para convertirse en una artista de culto cuya influencia se sentirá años después, se beneficiaría bastante de sus oídos en el tiempo presente.