“¡Si no tienes nada bueno que decir, no opines!”
En mi adolescencia, mi relación con la música tomó un giro inesperado, centrándose más en la palabra que en la música en sí. Mi computadora no tenía drivers de audio, así que tras la decepción por no poder escuchar mi primer descarga por Kazaa, me vi obligado a absorber lo que en ese entonces no figuraba en mi escueta colección de CDs, a través de reseñas y discusiones en foros.
De cierta manera, lo agradezco, pues me ayudó a generar una postura más objetiva y a profundizar un poco más en aspectos que iban más allá de lo musical. Por otro lado, hay que aceptarlo, este logocentrismo generaba falsas expectativas en torno a ciertos artistas, pues lo que se escribía terminaba siendo más interesante que la propuesta musical.
Este acercamiento siempre fue informal, frecuentando fanzines online, blogs, y páginas como Pitchfork en sus inicios. Así me mantuve alejado de esas cuestiones académicas que muchas veces terminan por intelectualizar algo que no necesitaba ser intelectualizado. Y tal vez es este background el que me hace no cuestionar la utilidad de las reseñas musicales incluso en la actualidad, pero puedo entender completamente a quienes lo ven como algo obsoleto. Y es que, ¿para qué sirven realmente?
Remontándonos a la era pre-internet, o aquella época en que no era común que todo hogar pudiese costear ese servicio, las reseñas eran necesarias para una audiencia que, en su mayoría, no tenía recursos para forjarse una opinión por cuenta propia antes de comprar un disco. Hoy en día te descargas de Soulseek, escuchas en YouTube, Bandcamp, las plataformas de streaming o archivos como Ubuweb, y estos avances, han cambiado el enfoque de la crítica; ya no se trata de hacer meras descripciones y comparaciones, ni de tratar de influir en el gusto de los demás.
La imagen del crítico arrogante, gracias a ese poder con el que contaba en aquel entonces, se ha ido disipando, si no es que ya desapareció desde hace mucho, pues una mala reseña realmente ya no afecta a nadie; hoy en día tiene más “poder” un zoomer TikToker que un periodista especializado.
Sin embargo, se sigue creyendo que quienes cuentan con una página de reseñas musicales es porque quieren imponer, cuando muchas veces la intención es simplemente dejar un registro de aquello que ocurre en esos círculos que son del interés del autor.
La difusión sigue siendo importante, así como generar conversación en torno a un disco o artista; y más que el público, quienes suelen apreciar más las reseñas son los mismos artistas, especialmente cuando el texto refleja un nivel de entendimiento que sólo una escucha profunda y atenta puede generar, incluso si lo expresado no es precisamente muy halagador. A veces eso vale más que un simple “¡está bien chido tu disco, goey!”, pues les hace sentir que el empeño puesto en generar una narrativa coherente o un concepto sustancioso no pasó desapercibido; es una manera de validar al artista y de reforzar nuestra interacción con su obra.
Por otro lado, sigue habiendo artistas que creen que cualquier opinión que no esté a dos rayitas de ser una felación -por más objetiva e informada que esta sea- viene de un snob, de alguien que no entendió la obra, o de alguien cuya opinión es inválida porque “no hace arte”.
Si le preguntan a un humilde servidor, tanto el crítico condescendiente como el artista que cree que su obra está exenta de crítica son dos caras horribles de la misma moneda oxidada del snobismo.
En un caso ideal, aunque no sea comparable al esfuerzo y dedicación que le tomó a alguien hacer un disco, una buena reseña debe ser el resultado de una interacción íntima con la obra en cuestión. Su objetivo no debería ser moldear la opinión ajena, pero puede hacer que quien la lee comience a tomar en cuenta factores que antes solía ignorar o desconocer, enriqueciendo así su relación con la música.
Un disco es un pedazo de historia, y una reseña es una interpretación de ese evento; es algo que se puede consumir a la par, como si se tratase de un complemento a la obra. No siempre será atinada, pero es una invitación al diálogo y a la discusión. El derecho a opinar no se puede cuestionar, por más insufrible que nos parezca quien emite los juicios; discutir y opinar sobre los fenómenos que nos rodean es algo tan humano como el acto de crear en sí.