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Que nunca se nos olviden los 72. A 14 años de la masacre de migrantes en San Fernando, Tamaulipas

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Este mes se cumplen catorce años de uno de los peores episodios que se hayan suscitado con relación a la migración en México, y me atrevería a decir, en todo el mundo. En agosto de 2010 se evidenció el homicidio de 72 migrantes en un rancho ubicado en San Fernando, Tamaulipas.

Aparentemente este episodio fue perpetrado por grupos de la delincuencia organizada, en particular, por los Zetas. No obstante, a la fecha no existe alguna sentencia o investigación culminada que dé cuenta de quiénes fueron directamente los responsables y si hubo o no participación de agentes del Estado mexicano, pues de acuerdo con testimonios del único sobreviviente de estos lamentables hechos, fueron los propios policías municipales de esa ciudad quienes los entregaron a dicho grupo delictivo.[1]

Dentro de estas 72 personas víctimas de homicidio al más puro estilo de las ejecuciones de la delincuencia organizada, se encontraban personas provenientes de Brasil, Guatemala, Honduras e India.[2]

Algunas versiones dicen que fueron secuestrados y, al no darse el pago por su rescate, fue que les privaron de la vida; otras que les dijeron que debían trabajar para ellos y se negaron y, unas más, que se trató de una confusión, pues pensaron que eran miembros de un cártel rival.

Cualquiera de las anteriores versiones que fuere la correcta, se trata de una masacre que nunca debe olvidarse y que palpa en perfecta imagen la realidad que viven todos los días las personas migrantes que transitan por territorio mexicano y que topan con las vicisitudes que componen el México de violencia, narcotráfico, corrupción e inseguridad que todos conocemos, pero que se agudizan más frente a sus condiciones de vulnerabilidad e indefensión que les genera su situación de irregularidad migratoria y un aparato gubernamental mexicano al que no le interesa su seguridad en lo más mínimo.

Lo más grave de todo esto, es que este hecho, por desgarrador que haya sido, no es aislado, pues en fechas posteriores se han identificado en Tamaulipas y, en otras entidades federativas, más fosas de personas migrantes de diferentes nacionalidades.

Sin embargo, sería un análisis muy superficial si toda la atención se centra en los grupos de la delincuencia organizada, pues finalmente estos grupos operan o con la complicidad del Estado mexicano, o, por lo menos, con su inoperancia para controlarles, lo que de cualquier modo les vuelve corresponsables.

Es sobre la base de esta complicidad o inoperancia, lo que ha permitido que los grupos de la delincuencia organizada controlen territorialmente las rutas migratorias tanto en la frontera norte como en la del sur en México. Este control, a su vez, se refleja en el surgimiento de una industria de la migración que opera desde la ilicitud y que se representa en componentes de tráfico humano y otras prácticas que producen costos humanos que se traducen en muertes, desapariciones y secuestros,[3] como lo sucedido en agosto de 2010 en San Fernando, Tamaulipas.

De tal suerte que, esta industria de la migración que controlan los grupos de la delincuencia organizada, con complicidad o inoperancia del gobierno mexicano, es producto de políticas migratorias inscritas en un biopoder, pues una postura biopolítica permite a los gobiernos edificar políticas con racionalidades definidas y estrategias que permiten, a cualquier precio, cumplir con sus finalidades.[4]

Por lo general, las finalidades de los gobiernos en empleo del biopoder se concentran en una jerarquía de razas, dejando a los que están hasta abajo, morir a su suerte,[5] como sucedió con esta masacre.

En 2018 estuve de trabajo de campo y voluntariado por algunos meses en Tenosique, Tabasco, en una organización denominada: La 72, Hogar-Refugio para Personas Migrantes, un espacio de defensa de derechos humanos de poblaciones en movilidad que justamente lleva su nombre en homenaje a las víctimas de esta tragedia.

Desde entonces, supe que, dentro de mis labores como profesor universitario, estudioso de la migración y activista, una cuestión obligatoria sería la de esforzarme porque este episodio nunca sea olvidado y que nos recuerde lo mucho que queda por hacer por las personas migrantes. Que nunca se nos olviden los 72.


[1] Hernández Hernández, O. M., Pérez, C., Peralta, C., da Silveira, J., & Stack, J. (2022). Reflexiones sobre el asesinato de 72 migrantes en San Fernando. El Colegio de la Frontera Norte, AC https://www.colef.mx/estudiosdeelcolef/reflexiones-sobre-el-asesinato-de-72-migrantes-en-san-fernando/

[2] Alvarado, Diana, Radio Fórmula Tampico, 16 de marzo de 2024, https://www.radioformula.com.mx/tampico/2024/3/16/la-masacre-de-san-fernando-la-vez-que-los-zetas-mataron-72-migrantes-en-tamaulipas-806279.html

[3] París-Pombo, M. D., Velasco-Ortiz, L., & Contreras-Delgado, C. (2021). Introducción. Las caravanas y otras formas de movilidad colectiva en el nuevo contexto migratorio. En Contreras-Delgado C, París-Pombo MD, Velasco-Ortiz L. Caravanas de migrantes y desplazamientos colectivos en la frontera México-Estados Unidos. Tijuana, BC: El Colegio de la Frontera Norte.

[4] Gutiérrez, Eduardo y Amador, Diego (2023). El (des) interés superior de la niñez en pandemia por la COVID-19. El caso de las políticas migratorias de Estados Unidos y México. En Ortega, Elisa. Niñez migrante: entre el control y la protección: desafíos en materia de derechos humanos en tiempos de COVID-19. México: UNAM.

[5] Foucault, Michel, Seguridad, territorio y población, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006 en Estévez, Ariadna, “El caso de los solicitantes de asilo mexicanos en Texas: dislocación necropolítica de la persecución y biopolítica migratoria”. En Bolaños, Bernardo (coord.) Biopolítica y migración: el eslabón perdido de la globalización, 2015, p. 143.

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