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Noche de Muertos

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El bullicio de un sábado por la noche en el centro de Tijuana comienza a efervescer. Scott Walker, Peter Brötzmann y Steve Albini se bajan de un taxi de Santa Fe y caminan rumbo al bar Marquee Moon -ubicado a un lado del Moustache- para checar a algunas de las bandas locales que están por presentarse. El acto abridor, Tremolo Audio, comienza su set de tape loops procesados, pero el staff no tarda en pedirle a Herr Brötzmann que se salga porque no está permitido fumar. El viejo teutón gruñe en free jazz europeo y avisa que mejor se va al Mego Plateaux, una nueva cantina en la Sexta de unos amigos suyos -sus compatriotas, Achim Szepanski y Peter Rehberg– por lo que Steve y Scott deciden seguirle el paso. Al llegar, los paisanos de Peter intercambian con él unas cuántas palabras en su idioma natal (“¡¿Cómo que no te dejaron fumar?! ¡Si tu puro es emblemático!”), y ya en inglés le dicen al trío que el primer round va por la casa. 

Las botellas rápidamente se multiplican y acumulan bajo la niebla despedida desde el puro de Mr. P y Steve comenta que si no van a regresar a la tocada, lo mejor sería agarrar el camino de regreso al otro lado. Pasando por la Revu, Scott ríe al ver los burros-cebra (“tal vez para mi próximo disco…”, dice para sí mismo) y se sorprende al ver a Mimi Parker haciendo fila para tomarse una foto montada sobre uno; al cruzar mirada con los tres amigos, ésta sólo les lanza ese inconfundible gesto que, sin importar el lugar donde se utilice, es universalmente entendido como “te conozco lo suficiente para saludarte, pero de lejitos nomás”. 

Ya estando en la calle Tercera, Scott, sediento, se detiene para entrar al Oxxo y comprar una botella de agua, pero antes de que Steve pueda reprocharle que darle dinero a esas franquicias es seguir permitiéndole a trasnacionales saquear recursos de este país, son interrumpidos por los gritos de los transeúntes. “¡Sepárenlos! ¡Sepárenlos! ¡Se van a matar!” se escucha desde la multitud, que al despejarse le abren paso a unos James ChanceMonte Cazazza con la ropa jaloneada y ensangrentada, enredados el uno con el otro, cuales personajes de caricatura envueltos en un torbellino de puñetazos. Por suerte, Tom Verlaine llega a tiempo para ponerle fin a este conflicto llevándose a James, quien, con aire victorioso, escupe sangre al aire. A lo lejos, Juan Brujo y Pinche Peach con caguama en mano, le gritan: “¡Ese güero! ¡Echando chingazos!”. A Monte lo recogen Genesis P. Orridge y Lady Jay en un convertible rojo, al que se trepa sin decir palabra alguna como niño regañado. 

Sin inmutarse ni un poco por tan bizarra escena, Brötzmann avisa que pasará por unos tacos, y que no piensa comer de prisa, por lo que invita a sus amigos a seguir su camino sin esperarlo. Steve y Scott lo consideran por unos segundos, pero al final deliberan que no sería buena idea dejar al mayor de los tres andando solo por el centro de una ciudad, de la cual han escuchado muchas historias de terror.  Llegando al puesto de tacos Década 2, se topan con Jamie Branch y DH Peligro quienes se alegran de verlos. Aprovechando que los demás se están poniendo al día, Brotz le pide dos de chile relleno a Don Lucier, al momento en que fija su mirada en las Catherines (Ribeiro y Christer Hennix) quienes van caminando un poco desorientadas pero felices. “Ustedes sólo sigan el humo para que no se vayan a quedar aquí” les dice antes de darle una mordida a su taco. 

Bajando de la calle segunda a la primera, y todavía bajo el influjo etílico, Jamie, DH y Steve comienzan a cantar “Nazi Punks Fuck Off!” a todo pulmón, enterneciendo un poco el semblante de Peter y Scott, como abuelos viendo a sus nietos jugar en el parque. “Yo ya no estoy para esos trotes”, le dice Walker a Don Peter, mientras siguen caminando. El germano se detiene, prende su puro, y con una expresión de alivio en el rostro, pero sin dejar de lado su estoicismo alemán, le contesta: “pues yo creo que ninguno de nosotros, por eso ya no estamos aquí”. Se levanta el cuello de su gabardina, exhala una bocanada de humo que cubre toda la cuadra, y retoma el andar bajo el pobre alumbrado público del centro de Tijuana, desapareciendo entre la niebla.

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