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Hacemos planes durante todo el año para viajar a otro estado u otro país, visitar playas fuera de lo común o una ciudad con arquitectura colonial del siglo XV, argumentando que necesitamos salir de la rutina y explorar las maravillas de la naturaleza y la historia humana. Como si eso fuera a aliviar el profundo vacío que absorbe nuestra existencia.

Parafraseando al expresidente de Uruguay, José Mujica: “Si no eres feliz con poco, no serás feliz con nada”. La vida está llena de pequeños milagros que decidimos ignorar porque no nos dan beneficio monetario. ¿Quién dijo que la vida es para gastarla en la búsqueda de hacer dinero? Si el dinero no existía hace 10,000 años, ¿Qué nos impulsó a llegar tan lejos?

La inspiración no es esquiva, pero queremos que fluya como una cascada en nuestra mente, como si estuviéramos bendecidos por algún hado de la creatividad. No es así, porque nosotros mismos sobreestimamos nuestra capacidad creativa. Creemos que nuestra mente es un cosmos inagotable, lo cual puede ser cierto, pero eso no nos hace más que una estrella a un millón de años luz.

La rutina del día a día nos tiene sumergidos en un túnel de realidad que nos aparta de la totalidad del mundo. Esa visión de túnel, comparable a la de los caballos de carreras, nos imposibilita ver el gran cúmulo de pequeños milagros que suceden a cada instante: un gato estirándose después de una larga siesta, un perro saltando de alegría porque su humano llegó del trabajo, las nubes pasando por el cielo o simplemente ver la luna alzarse por encima del horizonte, como cada noche lo hace desde antes de que el primer homínido mirara hacia arriba con asombro y sintiera que su corazón brincaba fuera de su pecho ante tanta belleza.

¿Cuándo fue la última vez que apartamos la mirada de la pantalla y miramos al suelo o al cielo? Mentiría si dijera que eso solucionará todos tus problemas, pero definitivamente cambiaría tu perspectiva al entender de manera más humilde que nuestros problemas no son tan grandes como el firmamento, y la inspiración puede llegar más fácilmente si solo abrimos nuestro corazón a las pequeñas maravillas del mundo. Lo cual me resulta irónico, porque no creo que haya pequeñas maravillas, sino que toda la existencia es un milagro en sí.

Mira al cielo, solo mira al cielo. Cada vez que estés abrumado por problemas del trabajo, la familia o tu pareja, tómate un momento para mirar al cielo y entender que no es el fin del mundo. Lo que te pase o deje de pasar no cambiará la órbita del planeta ni el movimiento de las estrellas, entiéndelo.

La inspiración no se encuentra en lo extraordinario, sino en lo más mundano. Tómate unos minutos al día para apreciar lo pequeño y fascinante de la vida y deja que tu corazón sienta la gratitud de vivir y ser testigo de la vida sucediendo.

Aun en la miseria encontraremos vida y, siendo así, aunque parezca sermón cristiano, si no sabemos apreciar esa belleza, solo encontraremos desesperación, ansiedad y angustia. Hace miles de años no había empleos ni cuentas de crédito que pagar, y aun así, esos homínidos se tomaron el tiempo de dibujar animales en paredes de cuevas que nadie más iba a ver.

Si fuéramos más humildes para aceptar que nuestra vida es pequeña en comparación con la existencia misma, entenderíamos que el universo es un lienzo infinito que, a la vez, nos da todo para marcar nuestra existencia en él.

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