“¡Me gustaban más antes!”: ¿Madurez artística o doblegación ante los estándares de la industria?
Para aquellas personas súper clavadas que pudieran formar parte de esta audiencia: ¿Cuántas veces no han escuchado a alguien decirles: “Pues, ¿esperas que se quede haciendo lo mismo toda su carrera?” después de expresar -poca o sobrada- decepción tras el cambio en el sonido de un artista? Me atrevería a adivinar, que incluso para quienes no suelen tomarse tan a pecho esos cambios, en algún punto de sus vidas han escuchado esa frase. Y para reivindicarnos de una vez por todas, aquí les tengo la respuesta que -a excepción, tal vez, de los géneros extremos- puede aplicarse a la mayoría de los casos: un rotundo NO.
Los cambios, las sorpresas y el crecimiento artístico son bienvenidos, incluso esperados, pero el público promedio confunde el madurar artísticamente con apegarse a los estándares de la industria, cuando la realidad es que entre estas cuestiones existe una diferencia abismal. Hacer tu música más accesible no es sinónimo de madurez, pero esta asociación se deriva -en parte- de la hegemonía ejercida por la industria musical y los estándares de la música occidental.
¿Con esto se quiere decir que lo accesible es malo? De nuevo, la respuesta es NO. Pero, la raíz de la molestia en los fans de antaño de algún artista o banda tiene qué ver más con que puede resultar frustrante ver cómo su trabajo, el cual representaba algún tipo de marginalidad, poco a poco va perdiendo ese colmillo que lo mantenía alejado de las convencionalidades; el ver cómo un movimiento que representaba algo más allá de lo musical se reduce a un starter pack superficial al que después miles y miles de turistas estilísticos se convierten y terminan degradando cual documento mal fotocopiado.
Lo único positivo de estos casos, es que a veces esta devaluación termina por inspirar a los artistas originales a hacer un cambio de 180º, tal como lo hiciera Slowdive con el grandísimo e infravalorado Pygmalion (Creation Records, 1995) para contrarrestar los estragos del éxito que tuvieron con Souvlaki (Creation Records, 1993) el cual también es un gran disco, pero que inspiró a un sinfín de imitadores que simplemente se montaron sobre los hombros de quienes exploraron y forjaron un nuevo camino valiéndose de diferentes influencias; estos hacks que se armaron una banda, sonaban al Souvlaki porque escuchaban el Souvlaki y ya.
Esta cisma artista-público también sucede cuando el cambio es de lo comercial a algo muy de nicho, pero ahí defendería la intención, pues muchas veces, esos desvíos terminan siendo mucho más interesantes y reflejan la necesidad sincera del artista por explorar otros territorios.
Tenemos los ejemplos clásicos de Talk Talk, David Sylvian y del lado más radical, Scott Walker, quienes se alejaron por completo de aquello que les había dado éxito comercial (incluso dejando los escenarios) para trabajar en cosas completamente opuestas y extremadamente arriesgadas. Ahí abogaría que los fans de antaño que deciden alejarse es porque sí esperan lo mismo una y otra vez.
Para cerrar, hay algo que debe quedar claro: La fanaticada no decidimos el rumbo a tomar por un artista, pues estos no nos deben nada. Estos llegan, presentan su música, y quienes queramos acompañarles lo haremos por el tiempo que nos parezca pertinente. Se trata de una relación de permanencia voluntaria, y como tal, somos libres de bajarnos del barco cuando creamos que ya no pertenecemos a ese espacio.
Debemos entender que la comunidad artística sólo busca la mejor manera de poder vivir de lo que hace, y reclamarles por sus decisiones está de más; muchas veces el hambre es el mayor motor para que alguien decida hacerse comercial, y muchas otras la fama es un grillete del que alguien se quiere liberar para poder hacer lo que realmente le llena. Ante estos casos, sólo queda lamentarse, hacer algunos posts al respecto, y desearles lo mejor. Como en toda relación, a veces la despedida es triste, a veces es lo mejor.