Luis Humberto Crosthwaite, uno de los nuestros (Pte.1)
Esta es mi primera columna formal en Nómadas, y como tal, deseo que ustedes conozcan, por su puesto, a quién escribe estas letras que con tanta generosidad ustedes leen. Así que no se pierdan mi presentación formal el próximo domingo, que de ello les hablaré si es que una digresión no me lleva hacia otro lado.
El pasado viernes (16 de agosto) decidí aplazar mi presentación formal en este bello medio para darle lugar a lo que en realidad vine a hacer: escribir de lo que encuentro en Tijuana y el mundo, y cómo eso permea en mí.
Tijuana es una ciudad rara. Rara en todos los sentidos en los que la palabra “rara” pueda interpretarse. Desde la definición por excelencia (y aprobada por la RAE), Tijuana se comporta de un modo inhabitual, extraño, infrecuente, original, peculiar, curioso, insólito, desusado, inusitado, inusual, excepcional, atípico, extraordinario. Tijuana es rara y no es raro que seamos muchos los que sentimos un amor delirante por ella.
Hoy quiero contarles sobre uno de los nuestros: Luis Humberto Crosthwaite.
Vale decir que este escritor tijuanense es un escritor raro, como nuestra ciudad. No estudió Filosofía y Letras, por lo menos no en el aula. No pasó la vida siendo gestor cultural, por lo menos no valiéndose de la tarea para conseguir las mieles de un puesto gubernamental. No es uno de los que se fueron a la gran ciudad buscando la fama. No ha sido un escritor que busque, persiga o si quiera le interese, la validación del centro del país. Aunque… ya que la tiene, y de sobra, se siente bonito, ¿no? Es un escritor que habla de lo que conoce, de la música, de las relaciones que son cercanas a sus lectores y a él mismo, no sin antes agregar una porción de sentido del humor a todo ello. Les comparto que es un escritor que habla, porque sus letras hacen eso: hablan. Y no sólo hablan, sino que hablan con ese bonito acento tijuanense del cual escribí un día en un café en la Revu escuchando pláticas ajenas sin poner atención en el tema, solo escuchando a detalle el habla de los interlocutores, as I usually do.
A propósito de escuchar pláticas en el Praga
Qué bonito es el acento tijuanense, siempre súper emocionado pero a la vez contenido, lánguido, no sé. Las palabras arraigadas, la mezcla de inglés y español sin que suene presuntuoso. Es bonito, amable, real.
Una melodía única que solo Tijuana puede componer, un canto que refleja el alma vibrante y exploradora de nuestra ciudad. Cada palabra, cada inflexión, lleva consigo el ritmo de las calles, el calor de los encuentros y la intensidad de las emociones que solo aquí se viven.
Cuando hablo y escribo comparto una parte de mi identidad, una identidad que está profundamente entrelazada con este paisaje urbano y las experiencias de mi vida que, en su gran mayoría, se han vivido aquí.
Ojalá, cuando vaya a otro lado, me digan: “Oye, hablas bien tijuanense.” Sería un gran halago ese, el reconocimiento de que mi forma de hablar es un reflejo auténtico de esta ciudad. Hablar bien tijuanense es más que una simple cuestión de pronunciación; es una conexión con el lugar que me ha formado, lugar que amo de manera absoluta. En cada conversación, en cada expresión, Tijuana vive y respira, y yo, con cada palabra, la llevo conmigo a donde quiera que vaya.
Ojalá cuando vaya a otro lado, me digan: “Oye, hablas bien tijuanense.” Sería un gran halago.
—Karlha Ochoa
Luis Humberto, así como esta columna, escribe para y desde Tijuana (y les decía algunas líneas más arriba que es de los nuestros porque, miren, si ustedes están leyendo esta columna, son de los míos, quieran o no, como decía mi abue). El pie descriptivo de esta columna lo escribí hace tres semanas y, sin embargo, Luis Humberto dijo estas palabras tan similares en su presentación para definir el origen y destino de su literatura: Es de los nuestros.
Luis Humberto Crosthwaite suele ser un ameno descubrimiento para mis alumnos en el taller Instrucciones para vivir en Tijuana, un taller de creación literaria en el que les llevo las letras de la crème de la crème de la literatura del noroeste de México a las personas interesadas en ello. El sentido del humor, ironía, referencias y cercanía de sus letras lo ha consagrado como el favorito absoluto. “Nunca había leído algo así”, suelen decirme mis sorprendidos alumnos sobre mi curaduría. Luis Humberto no ha inventado el hilo negro del cuento o de la narrativa en general, sin embargo, lo que sí ha hecho ha sido estudiar ese hilo, lo ha desenmarañado y lo ha teñido de colores, colores que a nosotros, sus lectores, nos resultan fascinantes.
El pasado viernes arrancó su gira literaria EL ELEGANTE TOUR 2024 en esta ciudad nuestra presentando su nuevo libro, El último show del Elegante Joan. A su esperado regreso a los escenarios literarios después de una década de ausencia, claramente, esta columnista suya no podía faltar, considerando que su primera presentación en Tijuana iba a ser en la nutrida biblioteca del hermoso COLEF, sitio que moría por conocer y que, además, ofrecía una aventura. Y, les confesaré algo: a mí me encantan las aventuras.
No podía perdérmelo.
La mañana del viernes nos encaminamos a las once y quince de la mañana hacía la lejana provincia de San Antonio del Mar para acompañar a nuestro querido escritor Luis Humberto Crosthwaite, aunque la aventura comenzó treinta y seis horas antes, en El Grafógrafo, esa pequeña librerìa indie-indie que se ha convertido en el punto de encuentro más relevante de la literatura tijuanense, para apuntarme en la lista del pan. ¿Qué pan? Pues ese delicioso producto calientito hecho a base de huevo, leche, azúcar y harina al que mi muy querido amigo René Castillo tiene una clara adicción y que sería pieza fundamental para asegurar tu lugar en el camión que nos llevaría hacia la presentación hacia el paradisiaco plantel del Colegio de la Frontera Norte ubicado más allá de las lejanas tierras de Playas de Tijuana, hay que pasar una caseta y todo. De modo que un pan y café era más que un lujo, una necesidad.
Continuará…
[…] Luis Humberto Crosthwaite, uno de los nuestros (Pte.1) […]