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Los superhéroes mataron los blockbusters

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Las razones por las cuales la industria cinematográfica está sufriendo tanto actualmente son muchas. Por nombrar algunas:

  1. El aumento de precio en asistir al cine, que hace menos accesible este tipo de entretenimiento para las masas, y los cambios en hábitos de consumo debido a la popularización de las plataformas de streaming, que disminuyen la urgencia de ver películas en el cine puesto que a los dos meses estarán disponibles on demand.
  2. Los costos de producción cada vez más elevados y el riesgo financiero que conlleva un fracaso en taquilla, como hemos visto con varios estrenos de este año.
  3. La diversificación de contenido disponible para los consumidores, ya no hablando únicamente de películas, sino de series, documentales, redes sociales, TikTok, etc. El público ya no necesita asistir a una sala de cine para distraerse dos horas seguidas.

  4. El éxito de películas de menor presupuesto, como el catálogo de A24, hace que los estudios prefieran invertir en obras más austeras que tendrán un buen retorno de inversión. Las historias bien contadas pueden vender por sí solas. ¿Quién lo hubiera imaginado?
  5. Muchos echan la culpa de la crisis del cine hollywoodense a la pandemia de COVID-19; yo más bien creo que solo aceleró algo inevitable.
  6. La falta de franquicias nuevas, que se refleja en el abuso de remakes y reboots de clásicos del cine, con ese afán de apelar a la nostalgia y tener una ganancia segura en taquilla.
  7. Por último, la competencia y saturación del mercado, donde podemos culpar directamente a Marvel y el cine de superhéroes de haber afectado negativamente a la industria del cine como la conocíamos.

El cine hollywoodense es un negocio que explota hasta el hartazgo las tendencias que estén funcionando en el momento sin preocuparse por prever los cambios que, a la postre, harán obsoletas las tendencias actuales. Cada uno de los puntos anteriores es prueba de ello, pero entrando al tema del título, el cine de superhéroes por años de la década pasada marcó la pauta de cómo debían ser las películas para que fueran rentables en taquilla: el exceso de humor innecesario, la clasificación para todas las edades, la falta de visión autoral en la dirección y los guiones, y más características que otras películas del género e incluso de otros géneros seguían a rajatabla para estar en tendencia. Y cuando no era así, las películas muy probablemente serían relegadas a exhibirse en una sala o dos en un cine donde las demás funciones ya estaban ocupadas por la nueva película de Los Vengadores.

Ari Aster y Robert Eggers, por nombrar algunos, son excelentes directores que debutaron la década pasada; sin embargo, ninguno de ellos ha dirigido un blockbuster y tal vez no lo hagan. ¿De cuántos nuevos buenos directores nos habremos perdido por la falta de presupuesto para historias diferentes a las que seguían las tendencias? ¿De cuántos nuevos clásicos del cine nos habremos perdido por escuchar por enésima vez un chiste bobo de Thor?

El panorama no me parece muy alentador, pues tendría que aparecer una generación de guionistas y directores influenciados por ese cine independiente de la década pasada que puedan desarrollar nuevas franquicias que lleven esa visión autoral a las masas de nuevo. Mientras tanto, tenemos Dune, disfrutemos Dune.

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