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Los recuerdos y la poesía

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Algunas noches me sorprende el recuerdo y otras noches me asalta la duda, entre una y otra, en realidad no sé cuál es más fuerte. ¿Qué tiene más valor, más importancia?

Para el recuerdo no hay preguntas, es tan claro como las mañanas de la infancia en que con ojos nuevos veíamos la migración de aves pasar por el cielo de la casa.

Entre más pasa el tiempo, cuando la vejez se acerca, de pronto una oleada de cuestionamientos arrasan con la calma. Entra un helado viento con la extrañeza de un mañana, de un cómo, de un por qué. Todo parece cambiar de nombre, ¿o vamos olvidando o le damos otros nombres a los objetos, los instantes, los rostros? ¿Cuál era el árbol aquél que sobresalía por el llano mientras la sombra amarillenta de la luna se dibujaba en la oscuridad del cielo abierto?

Hay instantes que producen gozo pero al devolverlos a nuestra mente, quizás años después, nos llenan de nostalgia o hasta de melancolía. Dos emociones distintas, aunque guardan cierta similitud por el hecho de llevarnos a mirar al pasado.

A veces cuando estoy sola en casa, ya casi para conciliar el sueño, muy a menudo van y vienen los recuerdos, esas memorias de las que hablamos, esas imágenes vivas todavía y no hago otra cosa más que sonreír, sentir la suavidad de la cama, me hundo plenamente en ella, me pierdo poco a poco sin dejar que se desdibujen las líneas que se han formado en los labios. Brilla o no la mirada, ¿se mantiene intacta? No lo sé.

Recordar me ha hecho alegrarme tantas veces por mi vida, por todo lo bueno, por los años, que aunque no tantos, ya pesan; el cansancio se hace más frecuente, el olvido repentino, la odiosa distracción.

Pequeños fragmentos de un poema caen sobre mi realidad, la osadía de la palabra en verso, de la cosa extraña, del artefacto, del arte: luego se borran igual que los mensajes escritos en la playa y no vuelven nunca, a veces creo o pienso que perdí un gran texto, luego agradezco por la suerte de no recordarlo más, porque seguramente era muy malo, tanto que no pudo conservarse ni siquiera vivo entre el segundo en que nacía, hasta el siguiente en que sería escrito, de esa emoción no guardo nada, apenas un alivio.

Los poetas damos vueltas en círculos, en el aire, en la vida de los otros. Parece que vamos a algún sitio, parece, todo parece, pero al final nosotros iniciamos el fuego del lenguaje.

La poesía la aprendí muy pronto, pero cuando más la amé y la necesité me llegó con las revistas, esa extraña creación humana, donde con rapidez podía acceder a lo mejor de la literatura universal. En algunas encontré poesía moderna, en otras ensayo literario, política, artículos sobre fotografía, la vida alrededor del mundo, también algunas veces llegué a coleccionarlas junto con los posters que incluían en ciertos números importantes. La música casi siempre me llegaba a destiempo, vivía en un pequeño pueblo en el interior de un país de difícil geografía como es México, era rarísimo que consiguiera algo de forma inmediata, las revistas por ejemplo no aparecían a menudo, si tenía suerte quizás cada tres meses, era una gran espera para una adolescente de 14 años.

Por mi barrio había tardes enteras en que no pasaba ni un solo vehículo. Me tocó conocer la música que hasta la fecha acompaña mis días a través de la radio, de algunas estaciones de onda corta que podía captar con un aparato que me regaló mi papá. Escuché tanto como me fue posible. Lo que más disfruté fue la música cubana y el jazz que llegaba desde Estados Unidos, pero pasé por el rock clásico, el rock en español, luego la famosa oleada de rockeros españoles, -en su mayoría, que conocimos como rock en tu idioma.

Pasa el tiempo y en la memoria se confunden ya los nombres de los grupos, de las revistas, de las estaciones de radio. Lo que siempre me espera al llegar a la computadora o la libreta es la poesía, atenta a mis locuras, al delirio, a las palabras nuevas, a la forma en que de pronto toma orden la vida, sin importar hacia dónde va, con qué nuevas catástrofes nos enfrentamos cada uno como parte de la humanidad, dramas personales, dolor sincero, sufrimiento profundo. Siempre la poesía como una forma de aprehender, de no soltar, de no dejar en la oscuridad y el silencio.

Luego vuelvo a leer lo escrito, regresan a mí los días, las personas, las ideas que me llevaron a escribir, vuelven con el poder del tiempo, de la distancia como para revelarme la gran experiencia del ser, de haber pasado por acá en un tiempo magnífico, con cambios impensables, una revolución tecnológica que lo abarca casi todo.

¿Qué otros tesoros me voy a llevar, qué más iré guardando como una especie de flor terrible entre las hojas del libro de mi vida? ¿Qué van a guardar ustedes, qué podrán recordar, qué desaparecerá para siempre como esos malos poemas que mueren antes de llegar a la línea azul del cuaderno?

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