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Ir al cine es caro

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“Esto no es una ópera ni un gran concierto”, decía Quentin Tarantino allá por el 2016, acusando que los precios del cine se habían elevado hasta ser cada vez menos accesibles para la clase trabajadora, la cual de por sí ve su capacidad adquisitiva reducida año con año.

Ahora debe ser aún más selectiva con el entretenimiento en el que gasta su dinero, ya que, por ejemplo, sale más barato y rápido pagar por una suscripción a una plataforma de streaming que gastar dos horas de viaje en transporte o una hora conduciendo para hacer una fila de espera en la taquilla del cine y después en la dulcería, y luego dos horas viendo una película que probablemente no te va a gustar.

Ver una película en el cine ya cuesta tres veces lo que cuesta una mensualidad de streaming.

La inflación, por sí misma, reduce la capacidad de compra de las personas que ya no pueden darse el gusto de ir a ver una película en familia el fin de semana tan seguido como antes. Además, las productoras de cine insisten en gastar cada vez más en producciones de más de tres horas de duración que ni son para todas las edades ni logran convencer al público de gastarse medio sueldo en ir a verlas.

Y luego, son estas mismas productoras las que se quejan de que la industria del cine está perdiendo rentabilidad y culpan solamente a las plataformas de streaming, siendo que hay ejemplos recientes de que películas de bajo presupuesto, pero bien escritas y dirigidas, son más rentables. Pero bueno, de lo infladísima que está la industria del cine de Hollywood hablaré en otra ocasión.

“He estado diciendo esto desde los años 80, cuando costaba cinco dólares ir a ver una película en cualquier punto de Estados Unidos. Entonces, de repente, los precios empezaron a subir más y más. La clave, y lo que estás diciendo, es que esta es una forma de arte para trabajadores. Esto no es la ópera. No es teatro, no es un gran concierto. La idea era que cualquiera pudiera ir a ver una película. Esa fue una de las razones por las que las películas florecieron en el mundo en los años 30 y ya no es así. Ha subido tanto el precio que esto es un negocio”. Esta es la cita completa de lo que dijo Quentin Tarantino en 2016, que hace alusión a cómo el cine dejó de ser entretenimiento para las masas.

No nos engañemos, siempre ha habido gente que no se puede dar el gusto de ir al cine, no tiene cines cerca de su localidad, prefiere comprar películas piratas o de plano nunca ha ido al cine por su situación socioeconómica.

Pero hoy en día una producción debe tener un marketing muy agresivo, ser secuela de una franquicia ya establecida o de plano tener el mejor boca a boca para que la gente vaya en masa a verla. Por eso es que la animación puede ser una apuesta segura para las productoras, porque es más seguro que los espectadores vayan en familia a verla y tiene costes de producción menores a una película regular.

La decadencia de la industria cinematográfica no es algo de que alegrarse, pero es resultado claro de su propia comodidad. El consumidor puede ser explotado, pero no para siempre. Nadie va a quitarse el pan de la boca por ir a ver “Rápidos y Furiosos: Aventuras en Nunca Jamás”.

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