Por Omar Moro
Este juego tiene distintas versiones acerca de sus orígenes. Llevar un esférico de un lugar al territorio rival es una antigua práctica, según parece.
Los romanos y celtas ya practicaban algo similar y lo celebraban siempre contra el pueblo de al lado.
Por entonces, el objetivo (goal) era simplemente transportar un ovalado objeto y colocarlo en el árbol de los contrarios, todo esto, entre un tumulto de gente impidiendo que conquistes su aldea.
Ya entrada la Edad Media a los monarcas británicos no les pareció buena idea que la gente se pusiera tan estúpida (como uno) disputando una pelota y prohibió el juego pero la idea sobrevivió.
Sobrevivió en los colegios privados ingleses, en las universidades, entre la burguesía y, también, entre los nacientes sindicatos obreros, producto de la irruptora revolución industrial.
Como una fiebre comenzaron a fundarse los clubes, cada uno representando a su fábrica, al barrio o la ciudad.
En Londres el West Ham agrupó a los constructores de barcos, por su parte, el Milwall, se erigió como el club de los estibadores, quienes descargaban y cargaban los barcos.
Y de ahí contaminaron al mundo entero. Definieron reglamentariamente un juego que se propagó como un reguero de pólvora.
Allá donde desembaracaba la industria inglesa, desembarcaba el fútbol.
Ejemplos hay de sobra: el Recreativo de Huelva, Athletic Club Bilbao, Football Club Barcelona, All Boys, Newell’s Old Boys, Pachuca Football Club.
Los trabajadores ingleses formalizaron una “civilizada” manera de enfrentarnos todas la semanas.
El fútbol es eso y quiero que no muera, que no existan niños sonorenses o tijuanenses creyendo que tienen 14 “Champions” porque siguen al Real Madrid.
El fútbol no tiene nada que ver con eso. El fútbol es organización, representación, sentido de pertenencia, sentimiento y orgullo.
El fútbol nació y morirá siendo popular, de la gente.
