“Flaco, es usted el más grande”; Una oda a César Luis Menotti por su fallecimiento
Por Daniel Salinas Basave
Ocurrió una noche de la piazollana primavera porteña de 2005. Carol y yo cenábamos en el restaurante Pepito, en la calle Montevideo en pleno centro de Buenos Aires. De repente, a media cena, escuché esa ronca voz de fumador empedernido saludando al capitán de meseros.
Podría jurar que lo reconocí por la voz, pero fue al mirar hacia la puerta del restaurante cuando ya no tuve dudas: ahí estaba esa figura prófuga de un cuadro de Remedios Varo dominando el entorno con su 1.93 de estatura, mientras se quitaba la gabardina y jalaba una silla. César Luis Menotti acababa de llegar a cenar.
Suelo ser respetuoso del espacio y la intimidad de las personas, pero no todas las noches de tu vida cenas junto a un campeón del mundo. Lo único que traía a la mano para estampar una firma era el libro ‘Boquita’ de Martín Caparrós, que acababa de comprar un par de horas antes. Y ahí me puso su firma en la primera página mientras yo le decía: “¡Flaco, usted es el más grande, vuelva a México por favor! ¡Lo extrañamos!”. Y sí, sin duda lo vamos a extrañar. Es el santo patrono de los entrenadores filosofales, capaz de crear una esencia y una mística de juego.
De filias izquierdistas, le tocó entrenar y hacer campeona a la albiceleste bajo el más sanguinario régimen de terror que ha conocido la Argentina y levantar la Copa del Mundo a mil 300 metros de ese campo de concentración y exterminio llamado Escuela de Mecánica de la Armada. Buen bailarín de tango, romántico empedernido, bohemio y explorador de la noche porteña. Fue amigo personal de Joan Manuel Serrat, Osvaldo Pugliese y Aníbal Troilo.
Los meseros del Pepito, elegantes señorones de pelo muy blanco, me dijeron que el Flaco era un comensal habitual y que siempre elegía la misma mesa.
Fue también un gran lector y solía citar una frase de Borges: “Desde el orden, toda la rebeldía”, porque “el fútbol es orden y aventura, no entregarse cobardemente a lo que propone el medio”. De estirpe Canalla como Fito Páez, hizo del Huracán de Parque Patricios del 73 el primer equipo artesanal de autor. Fue su trampolín para la Selección Argentina.
Me habría encantado que lo dejaran llevar a México al Mundial del 94. Era un gran momento, una alineación de astros irrepetible y él un gran psicólogo grupal capaz de sacar el máximo de cada jugador.
Como los grandes fumadores aferrados y chacuacos al puro estilo de Cruyff y Gainsbourg, pagó el precio en sus pulmones hasta decir adiós, pero sospecho que disfrutó cada cigarro fumado y cada gol esculpido en una danza colectiva.
¡Grande, Flaco, César Luis Menotti!