La respuesta breve es no, pero aquí no nos limitamos a respuestas breves.
Hace meses que hablamos sobre cómo los corridos han ganado popularidad en tiempos recientes, llegando al punto en que Peso Pluma figura en los charts de música internacionales, y la música regional ha dejado de ser exclusiva del populacho; ahora personas de todas las edades y estratos sociales la escuchan. Sin embargo, parece que esto no es algo generalizado. Como suele suceder, las estrellas del movimiento acaparan la atención, mientras que los artistas que permanecen en los circuitos más pequeños siguen marginados.
Como vimos con el caso de la modelo afroamericana que residía y trabajaba en el país, y que se quejó del “ruido” contaminante que generan los organilleros en la Ciudad de México, hay personas extranjeras (y algunos compatriotas) que no toleran ciertas expresiones culturales comunes en nuestro país, ya sean los organilleros, músicos de banda, mariachis o simplemente el vecino que pone música a todo volumen desde la mañana hasta la noche cada fin de semana (soy ese).
Por eso, entre otras razones, cuando residen en nuestro país, suelen agruparse en comunidades donde interactúan solo entre ellos y se relacionan con los locales solo cuando es necesario. Algo similar ocurre cuando vienen de turismo; hay hoteles y localidades que prefieren, porque ya están acondicionados para su demográfico.
¿Es esto algo malo? Claro que no. Los turistas son siempre bienvenidos y México siempre ha sido un país con los brazos abiertos para quienes quieran vivir aquí, ya sea por gusto o necesidad. Sin embargo, el creciente flujo migratorio que estamos experimentando en zonas fronterizas, grandes ciudades del interior de la república e incluso en localidades pequeñas que de repente albergan grandes comunidades de residentes extranjeros, ha despertado la preocupación del ciudadano promedio, que se ve afectado por lo que se llama “gentrificación”, que consiste en el desplazamiento de una población originaria por una de mayor poder adquisitivo. Esto obliga a las personas de escasos recursos a trasladarse a vivir a las afueras de las ciudades, donde su nivel de marginación aumenta, además de afectar también a la cada vez más reducida clase media del país.
El descontento de la población puede acumularse como gas y provocar estallidos si no hay válvulas de alivio que regulen la presión constantemente. No hay mal que dure cien años ni gente que lo aguante, y aunque Octavio Paz ganó un premio Nobel describiendo al mexicano, entre otras cosas, como sumiso ante el poder y complaciente con los extranjeros, la intolerancia parece ser la gota que derramó el vaso.
En Mazatlán, se realizaron manifestaciones de protesta en la zona hotelera por parte de grupos de banda sinaloense, en contra de la prohibición que intentan imponer los empresarios hoteleros y turísticos de la zona, quienes argumentan que los músicos molestan a los turistas con el alto volumen al tocar y dan una mala imagen a Mazatlán como destino turístico.
Dichas protestas llegaron a provocar enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas policiales, pero el ayuntamiento, en lugar de abordar el problema, se limita a llamar al diálogo entre músicos y empresarios. De estos últimos, el único que ha dado la cara al público para justificar esta prohibición ha sido Ernesto Coppel, quien argumenta que la música de banda molesta a los turistas y “da una proyección de destino turístico ‘chafa'”.
“Chafa”, “naco”, “corriente”, son adjetivos comúnmente utilizados para menospreciar los usos y costumbres de la población de clases menos privilegiadas, que aunque es mayoría en este país, siguen siendo vistos como ciudadanos de segunda clase.
La denigración de su cultura es algo que los mexicanos no toleran, y como he escrito anteriormente en esta columna, el arte puede servir como medio de protesta y resistencia contra el autoritarismo y la marginación. Esperemos que las acciones de los músicos de Mazatlán sirvan de ejemplo y que sigan luchando por su derecho a ejercer su tradicional oficio, el cual precede a la historia turística de Mazatlán.
La defensa de nuestra cultura y tradiciones es algo que debemos velar, ya que es parte de la identidad que nos une. De lo contrario, ¿Qué será lo siguiente? ¿Prohibir los mariachis en Jalisco o el son jarocho en Veracruz? ¿Queremos quedarnos sin la música norteña?
La razón por la que la música de banda no es el nuevo punk es porque el punk se originó como una expresión de inconformidad social, de queja y de protesta, mientras que la música de banda sirve como expresión de celebración y alegría. Pueden quitarnos el derecho a quejarnos, pero nunca el derecho a ser felices.