Entre las hojas del viejo cuaderno
Ahora hay, en nuestro tiempo, algo difícil de declarar, de decir en voz alta o escribirlo en una línea: soy feliz.
Diferente del hecho de estar feliz. Estar feliz puede durar un instante y después volvemos a nuestro estado habitual del ser. Podemos ser personas tristes, melancólicas, pero de vez en cuando, llega ese rayo de luz sobre nuestras vidas que nos lleva a la emoción de la felicidad.
Pero para poder aseverar que somos felices se necesita más. Es llegar a un punto en nuestra existencia, desde donde yo lo veo, que no importa mucho lo que suceda con la cotidianeidad, si es cómoda o no lo es, hay algo dentro de nosotros que ya difícilmente se va a apagar.
Llegar a ese punto, puede tomarnos muchos años, quizá toda la vida. Mirar hacia allá, a ese punto del que hablo, creo que para mí es lo más importante, no perder de vista el hecho de que, en algún lugar de mi camino, alguna vez, aparecerá en mis apuntes, en mi diario, en mi trabajo literario, la frase Soy feliz.
Y no será solo para darle más importancia a un texto, a mi labor o a mis días, sino simplemente porque lo soy y eso será lo más poderoso. Dejarla ahí, la frase, a medio renglón, tan sencilla como es, pero tan intensa, llena de verdad. Porque lo dicho, como lectora me he encontrado infinidad de textos en donde nos llega el momento en que el personaje está feliz o el poeta ha encontrado en la belleza, un gramo de la felicidad, pero es tan distinto de serlo, de serlo aunque nos caiga una tormenta a mitad de un campo despejado. Transmitir esa emoción, es complicado, a veces creo que podemos llegar a tenerla, pero que los demás puedan realmente percibirla en nosotros, no lo sé, es algo distinto.
Puedo estar en un sitio, perfectamente en calma, puedo respirar hondo, cerrar los ojos, sentir la máxima felicidad que cabe en mí, dejarla en ese espacio de mi cuerpo para siempre, pero tal vez no logre convencer a nadie más. Entonces en realidad lo es para mí, solo para mí.
Muchas veces, como escritores o como creadores, soñamos con hacer sentir, hacer ver, compartir, dejar en las demás personas una nueva emoción, por lo menos eso es lo que a mí me gusta hacer a veces, no siempre, porque en otras ocasiones simplemente me dejo llevar por el juego del lenguaje, pero ese es otro tema. Y cuando estoy con esa tarea, mover un poco, que como lectores encuentren un guiño, una complicidad, me da la certeza de una tarea que he realizado de la mejor manera posible, por lo tanto me llega el momento anhelado de decir, estoy feliz y a veces eso es suficiente, sueño con que de tanto y tanto que esté feliz, indudablemente llegaré al otro momento.
¿Cuántos estar felices, se necesitan para llegar a ser realmente felices?
Cuando una persona que amamos, nos envía ese simple mensaje: soy feliz, nos sacude el mundo. Es como una explosión de adrenalina, un encuentro con nuestro propio sentir, con nuestra naturaleza y realidad. Es llegar a cuestionarnos en ese mismo instante una verdad, nuestra verdad, realmente lo somos o si estamos, o si estando constantemente llegaremos a ser, quizás.
Pienso en todos los poemas, los libros, los apuntes, los sitios en internet, donde he querido encontrar la clave, la palabra mágica, la idea, el sentimiento que nos lleva a ese estar; hay mucha información, se pueden disfrutar tantos y tantos rincones de la red, obras de muchísimos escritores, pero al final lo que importa es llegar a nuestra propia definición, a nuestro momento.
Por eso recurro una y otra vez a buscar entre los libros que tengo en casa, en mi pequeña biblioteca, que día a día me entrega esa chispa que está entre lo perdido y la sensación de encontrarlo. Voy en busca de mi propio ser feliz, entre las hojas sueltas que caen lentamente de alguno de mis cuadernos, pasan por mi mirada, es extraño todo, sonrío.
Luego de vez en cuando, encuentro versos como los del libro la hipótesis de Nadie, del gran poeta colombiano Juan Manuel Roca:
La llamé desde el libro, mil y una noches. Le puse señuelos, caballos junto al mar, palabras desnudas. En vano. Yo subo a un vagón, ella baja del siguiente y el tren desaparece.
Nunca está donde estoy, huidiza armonía.
A esa maravillosa armonía de la que habla Roca en su poema, yo la llamo felicidad.
Siempre estoy llegando, estoy a punto, bajo antes, entro después, me entretengo en otras cosas, busco en otro lado, me quedo perpleja, vuelvo a sonreír, pasa frente a mis ojos y me hace un gesto, cae de nuevo desde las hojas de mi viejo cuaderno, es más, me saluda, sonríe, pero en ese instante ya estoy en otra cosa, estoy en la computadora escribiendo la columna y cuando quiere irse, la atrapo justo ahí entre las líneas, para mis lectores, para los atentos ojos que están dispuestos, aunque sea un instante y de ahí partimos, una y otra y otra vez.