El ritmo secreto de las cosas
Hice un viaje corto hace unos días al lugar donde crecí, me llevó a recordar que cuando era pequeña encontraba a menudo una sinfonía, la conexión entre el correr del agua de los canales de riego, el polvo que se levantaba con el viento y mis propios pensamientos.
En ese tiempo no tenía una definición, un concepto para describir lo que sucedía todos los días, mientras volvía a casa desde las milpas y las huertas. Era más que nada sentir, percibir, estar callada, encontrarme en paz en un entorno que me parecía idílico.
Después llegaron a mí las hermosas palabras como nostalgia o melancolía. Sin embargo cuando se puede estar en silencio y tomarse el tiempo para escuchar las pequeñas cosas, los sonidos casi insignificantes que pasan desapercibidos la mayor parte del tiempo, no es realmente una sensación que nos lleve a estar melancólicos o nostálgicos, más bien es una especie de interiorización, de descubrimiento.
¿Cómo suena la hierba mientras se mece con el aire de primavera y ese sonido se reúne con la cadencia de nuestro torrente sanguíneo?
Quizás es algo que no tiene nombre o que no se puede nombrar por subjetivo o por complejo, pero a mí me gusta llamarlo simplemente el ritmo secreto de las cosas.
Es la música que conecta los sentidos y nos lleva directamente a la memoria. Hay momentos placenteros, momentos dolorosos, intensos, pero siempre está ahí, ese encuentro, ese rasgo que sobresale. La gota de una fuga de agua, la incipiente formación de un charco sobre los mosaicos, el ruido cristalino de una canica cuando choca contra otra, la hoja que ha sido arrancada de la rama, el agua hirviendo en la hornilla.
Por eso cuando les digo que si desean alguna vez escribir poesía, deben conectarse con ese ritmo, con esa música interna que se presenta solamente para nosotros, para los que buscamos, para los que necesitamos decir con palabras las abstracciones que vienen de un ejercicio intelectual con un ejercicio de percepción y otro desde el uso del lenguaje, pero el último es un tema bastante amplio que trataré por acá en otra ocasión.
Encontrar ese compás es para todo el mundo, para cada persona que esté dispuesta a parar un poco, algunos lo llaman contemplación, meditación, ensimismamiento, distorsión de la percepción del tiempo; entrar en ese ritmo es poseer una atención a los detalles y tener un momento, respirar apenas.
El ritmo secreto de las cosas está en todas partes, en todo momento. Es una llama, algo que mueve a otro algo, materia que enciende la energía de otra materia que ha permanecido en reposo.
Es el estruendo que hace el agua cuando le arrojamos una piedra, es la onda concéntrica que observamos una y otra vez al hacer lo mismo, otra piedra, más ondas, más ruido, que pareciera el mismo, pero que para nuestro asombro nunca lo es, de nuevo, hay que darnos cuenta de la particularidad.
Y si nunca vamos a escribir poesía, también podemos estar atentos a la sinfonía de la vida, al lejano momento en que un tren sale de una estación y no llega su luz, pero llega el ruido terrible de su silbato que rompe la noche y la misma oscuridad.
¿Nos atreveremos a escuchar así, oír cuando se juntan dos ríos que van al mar, cuando unos ojos se cierran y no hay una sola palabra?