Del Scatman a Magma y armonía cuartal: la travesía de Paúl Llamosas
Por más que uno reniegue de ciertos aspectos del ámbito local, no se puede negar que el talento musical sobra, y aunque los casos de virtuosismo abundan, esto no siempre se traduce en música que me resulte interesante. Entiendo que esas son cuestiones subjetivas, pero alegremente acepto las excepciones.
En el 2019 escuché el EP de una banda liderada por un joven pianista de quien, sin haberlo visto en vivo, la facilidad para fusionarse con su instrumento era tangible a través de la grabación, y tal como una vez lo comenté en mi perfil personal, “siempre admiraré a quien fácilmente pueda hacer que un piano pase de sonar como una tormenta a un copo de nieve deshaciéndose al contacto con la piel” y aunque eso suena a algo que toda persona profesional del piano debería poder hacer, es como decir que todos los guitarristas te harán llorar con sus solos. Simplemente no es el caso. Pero, dicho pianista, Paúl Llamosas, cabe dentro de esa categoría.
El álbum en cuestión era el EP homónimo de El Castillo de Barbazul, conjunto de rock progresivo bajo la batuta de Paúl, quien, desde un camión de Ensenada a Tijuana, se toma el tiempo de leer unas preguntas que le envié con la intención de poner a andar este texto, en el que pretendo, si bien no crear una biografía del artista, sí crear un somero perfil para la prosperidad digital.
Es un domingo por la noche, y Paúl me envía un archivo de Drive el cual contiene las respuestas a esas preguntas que le hice llegar unos días antes. En la grabación, se escucha pensativo, un poco cansado -esos viajes de ida y regreso deben ser pesados- y lo imagino recargado en la ventana del camión, con su equipaje en sus piernas, contemplando el paisaje de la carretera rumbo a Tijuana mientras me cuenta la historia de su conexión con la música a temprana edad (“Hasta la fecha a mí encanta el Scatman, desde niño es uno de los himnos de mi vida, igual la de “Blue” [de Eiffel 65]…”) o sobre el rol que YouTube y los videojuegos tuvieron en su gusto por el progresivo (“mi primer contacto con el progresivo fue con “Roundabout” de Yes, porque salía en un top 100 de rolas de bajo”) y con la música clásica (por un trailer de Halo 3 en el que sonaba el “Preludio, Op. 28, No. 15” de Chopin).
Sin embargo, el momento decisivo, ese que lo impulsó a ver la música ya no sólo como algo qué consumir, sino como algo que también podía crear, fue cuando, en su etapa preparatoriana, “en una tocada en un techo…” ve al pianista/compositor tijuanense Angel Peralta tocando un set de jazz. Paúl menciona que al acercarse a preguntarle de quién eran las canciones que habían tocado, fue revelador e inspirador escuchar que las composiciones eran del mismo Ángel y que no se trataba de un set de covers.
A partir de ese entonces, comienza su proceso de formación, volcando su energía a la composición, puliendo su predilección por la armonía cuartal, la cual considera como un recurso que, si bien reconoce no es propio ni mucho menos de su invención, sí define su estilo al momento de crear sus piezas. “La armonía cuartal es algo que siempre identifiqué como un recurso que, para mi gusto, no se explotaba al máximo en canciones de progresivo. Siempre lo reconocí más como un puente, interludio, pero nunca como algo que le diera estructura a toda la pieza”.
Ya como compositor, menciona que sus influencias son, casi en su totalidad, de la época de los setentas, ya sea del lado psicodélico o incluso del hard rock, pero siempre a través del filtro del rock progresivo; sin embargo, en los terrenos de este género, también busca evadir los clichés de lo que él denomina como “dad prog”, optando por la idiosincrasia de agrupaciones como Magma o Egg.
En la expansión de su acervo, la improvisación empezó a tener un papel más prominente hace no más de dos años, inspirado por pianistas como Chick Corea y McCoy Tyner, así como de la soltura del spiritual jazz y el free jazz.
Su banda primaria, los ya mencionados El Castillo de Barbazul, fue el proyecto con el que se dio a conocer en el circuito local, siendo aún bastante joven. Lo del Castillo era complejo, y a pesar de no salirse de la línea clásica del rock progresivo, a los oídos de un servidor tenía una energía distinta a aquella de proyectos similares, que, siendo sinceros, muchas veces me resultan bastante cuadrados. En el Castillo había cierta soltura, y aunque la banda ya no está activa, el plan de lanzar su álbum de larga duración sigue vigente.
Actualmente, su teclado comparte frecuencias con los demás instrumentos de miembros de Adeumazel, Absurd Creation, entre otros, en un supergroup llamado Shinyokai, aunque ahí no funge como compositor; también forma parte del grupo de fusión Cactus Polar el cual aún está en una etapa temprana, pero la idea es empezar a promoverlo y tocar en lugares como el Tijuana Jazz Club. De igual manera, Paúl también se encuentra en el proceso de formar una nueva agrupación para poder materializar su visión artística, la cual ha ido madurado bastante, afinando su perspectiva sobre la música, reconociéndola como un conjunto de elementos que van más allá de sus meros recursos estilísticos y estéticos; esta postura bastante integral, viniendo de un músico joven, en una era en la que el reduccionismo del contenido exprés corroe esencias y valores, es un rayo de esperanza.