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Del protagonismo (hacer que el arte trabaje para ti) y la contribución (trabajar para el arte)

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Como lo menciona Susan Sontag en su obra canónica, En Contra de la Interpretación, el arte en sus inicios debió ser una herramienta para lo ritual, y se experimentaba como algo mágico, y que no fue hasta la Grecia Clásica que se empezó a cuestionar su función dentro de la sociedad, pues solía verse como una mera imitación de la realidad. Y de la Grecia Clásica hasta la Tijuana actual, el debate respecto a cuál es el papel del arte y artista sigue vigente. 

Como es de esperarse en esta columna, no vengo a pretender tener respuestas, sino a compartir una observación para seguir avivando la llama en vez de sugerir cómo apagarla de una vez por todas. Sobre la función del arte no hablaré, pues no estoy remotamente calificado para ello y sólo terminaría por echarme encima a la comunidad artística. De lo que sí puedo comentar, es sobre la dualidad del perfil artístico y cómo es que lo veo dividido entre aquellas que hacen que el arte trabaje para sí mismas y quienes trabajan para el arte. 

Quienes se adhieren, inconsciente o conscientemente, a la primera, por lo general crean desde una postura completamente egocéntrica (no necesariamente egoísta, que es distinto).

Su raciocinio se basa en crear porque quieren y pueden o, en casos un poco más nobles, porque consideran que es la única manera en que pueden expresarse o externar ciertas ideas, sentimientos, etc. Bajo esta postura, rara vez se hace un aporte significativo al avance de la disciplina del artista en cuestión, independientemente de la calidad de su trabajo.

Esto es porque estos artistas hacen del arte un simple vehículo para sus intenciones; ven hacia su interior, arrojando lo que encuentran, haciéndonos partícipes de un -a veces histriónico, a veces sincero- proceso de crecimiento. 

Por otro lado, quienes trabajan para el arte, son los que hacen que sus respectivas disciplinas se enriquezcan, pues suelen ver más allá de sus propias necesidades de expresión. Se dan a la tarea de entrar en un proceso de búsqueda y experimentación con la intención de ampliar el rango técnico, estético etc… muchas veces a costa del reconocimiento, pues su contribución pasa desapercibida o poco apreciada en su momento por resultar muy diferente, saliendo a relucir tiempo después gracias al revisionismo al ser  apropiada y repetida por aquellos de un perfil más protagónico

Sin embargo, este perfil también está lejos de ser perfecto, pues fácilmente puede caer en la indulgencia, saturando su trabajo con justificaciones que rebasan la calidad de la obra en sí, alienando a la audiencia al resultarles imposible conectar con lo que se está presentando.

Esto último puede tener cierto mérito, y queda claro que siempre habrá un público dispuesto a consumir incluso lo más abstracto, pero hay que aceptar que es muy fácil para este tipo de artistas caer en un onanismo esquizoide que no fluye más que para sus adentros sin ningún aporte. 

Al hacer estas distinciones no se pretende decir que una postura valga más que la otra. De igual manera, debe entenderse que hay todo un espectro que separa ambos extremos y habrá muchos casos de intersección en los que la necesidad de protagonismo resulte en en una aportación accidental que resonará hasta el final de los tiempos (sí, Lou [Reed], estamos hablando de ti), así como habrá artistas que si bien no contribuyen al “enriquecimiento” de su disciplina a través de su trabajo, puede que lo hagan de otras maneras, ya sea con la creación de espacios o plataformas que faciliten a otros presentar sus obras. La meta, como siempre, debe ser, más que el balance, la integración.

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