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Clichés y oscuridad: ¿Qué le pasó al post-punk?

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¿Quién fue la primera banda de post-punk? No importa. Que si este género lo inició PiL, Magazine, Siouxsie and the Banshees, o ya un poquito más abajito del agua, Pere Ubu o This Heat, da igual. Esa no es la idea principal de este texto. Aquí vamos a quejarnos sobre lo que vino después, pues así como le pasó al industrial, en un punto la atención dejó de centrarse en la innovación y experimentación que se estaba gestando, y empezó a dirigirse a sus venas más accesibles. 

Con el post-punk, el foco se puso sobre el coldwave, minimal synth, synthwave, y esos derivados “darkies” que, en lo personal, siempre me han resultado un poco risibles en su supuesta oscuridad: con sus miembros vestidos de negro y de porte gélido, uno esperaría música áspera, pero se trata del lado menos arriesgado del post-punk, y al ser el más fácil de replicar -y el más centrado en la imagen, hay que reconocerlo-, hizo que lo primero que se venga a la mente al mencionar el género, sean unos góticos con sintetizadores tocando en 4/4. 

¿Estoy denigrando a todo un movimiento? Para nada. Conozco, entiendo y celebro su contexto y hay varias agrupaciones de esa movida synth que me gustan bastante, algunas incluso figuran dentro de mis favoritas. Pero mi enfoque va más hacia la reducción en el imaginario colectivo, fenómeno que se vio agravado con la viralidad del mentado post-punk ruso, tendencia de la cual, sin vergüenza alguna, renegaré hasta el final de mis días. 

En sus inicios, el post-punk (o lo que se llegó de denominar como tal más adelante), nace de los residuos de un espíritu punk que quería alejarse de lo formulaicos que el tupa tupa y los guitarrazos se habían tornado. En Inglaterra, bandas como PiL, The Slits, The Pop Group y Bauhaus tomaban del reggae, dub y el funk, pero lo procesaban a través de sus respectivos filtros, pues a pesar de beber de un cáliz estilístico similar, ninguna de esas bandas sonaba igual. Y ni hablar de freaks como The Lemon Kittens o los infravalorados This Heat, de quienes se podría hablar por horas de su sonido de avanzada total. 

En territorio estadounidense, Pere Ubu experimentaba con loops de cassettes y estructuras no lineales en un EP que de hecho precede a muchos de los lanzamientos considerados canon del post-punk; también estaba la movida art-punk abanderada por grupos como Half Japanese quienes tenían un acercamiento muy idiosincrásico a la creación musical, completamente rudimentario y disonante.

Oriundos de los Países Bajos, The Ex tenía un sonido cuasi-tribal, inspirado en parte por su predilección a la música folclórica de distintas partes del mundo, pasión que los llevó a colaborar con artistas como el saxofonista etiope Getatchew Mekurya. De latitudes danesas, Ballet Mécanique liderados por Martin Hall, lanzaron un disco de culto que era bastante ecléctico, con una voz interválica, guitarras metálicas, y pasajes avant-garde. Con este somero resumen sólo se pretende resaltar lo siguiente: si la movida post-punkera tenía algo en común, era la variedad de su sonido.  

Ahora, este género se ve reducido a lo ya antes mencionado (góticos con sintetizadores), y, si bien nos va, tenemos grupos que suenan a The Cure o Joy Division, lo cual probablemente se desprenda de la fascinación millennial-zoomer con el shoegaze, que sólo era cuestión de tiempo para que se revirtiera a su estado original, tomando el sonido que sirvió de inspiración para las bandas de la escena que se celebraba a sí misma. Así pues, en mis recorridos virtuales, me he topado con varias bandas jóvenes covereando “A Forest”, así como sus respectivas versiones “slowed down+reverb”. 

Afortunadamente, con presencia discreta, sigue habiendo artistas que, de manera inconsciente o voluntaria, mantienen viva la llama de la experimentación con el espíritu punk, sin la necesidad de portar un uniforme en particular.

Kukangendai de Japón tienen un aire muy The Ex, aunque más abstracto y enfocado en la repetición ritual; Avalanche Kaito continúa con esa exploración de los ritmos africanos mezclados con instrumentación electrónica y una entrega desenfrenada; y, en suelo nacional, destaco la radicalidad y soltura popgroupera de Demencia Infantil

Tal vez no falte quien me acuse de querer que todo sea como antes, pero, por mucho, esa está lejos de ser mi postura. De hecho es todo lo contrario: La nostalgia me parece un recurso muy simplón y es precisamente por eso que no puedo conectar con proyectos que me suenen a tributo de una era o banda en específico. 

Habiendo dicho esto, cuando vino Kælan Mikla a Tijuana, ahí estuve, dejándome llevar por los oscuros clichés del post-punk. ¿Lo disfruté? En palabras del célebre Jack Donaghy de 30 Rock: I have two ears and a heart, don’t I? Pero eso no significa que, en el fondo, espere más de un género que se gestó por la inconformidad con una imagen y sonido definido. 

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