Luis Humberto Crosthwaite, uno de los nuestros (Pte.2)
Quedé con el director de Nómadas que sería una columna corta, así que me cortó de tajo mi “columnita”. Aquí les comparto la siguiente vértebra.
De lo que les contaba el 21 de agosto del 2024:
En El Grafógrafo sería la reunión previa a la presentación del nuevo libro de Luis Humberto Crosthwaite, y echaríamos el habitual chismecillo literario característico de este sacro lugar ubicado dentro del Pasaje Rodríguez.
Anotación: No quisiera que se malentendiera la esencia de ese bonito intercambio al decirle “chismesillo”. Todo lo que se habla ahí es literario, de forma que ni entre nosotros nos juzgamos por ese placer que se une al de comer pan.
Las opiniones que ahí compartimos suelen ser crudas, incisivas y, por fortuna, no porque lo diga yo, acertadas. De modo que les invito a todos a que asistan a la librería. Con suerte coincidimos, y con un poco más de suerte coincidimos con otros.
Les decía, llegué, me apunté verbalmente e hice una pequeña convocatoria a unos amigos que estaban cerca para que nos acompañaran. “Va a estar bien chido”, les dije con mi carita sonriente y unos ojos ilusionados que no lograron convencer a nadie. Afortunadamente, a pesar de sus ausencias, dos días después, a las once de la mañana, una pequeña pero notable masa de humanos ya nos encontrábamos listos para abordar el camión que nos llevaría hacía la presentación. René tiene el poder de la convocatoria; no es por nada que El Grafógrafo lleve más de 12 años siendo un referente en el entorno cultural de la ciudad, el corazón del nuevo Tijuana Art District.
Ellos, los usuarios del Grafógrafo, que directa o indirectamente resultamos ser amigos cercanos, llegaron con café, pan y una sonrisa que demostraba que habían compartido un buen chisme en la librería. Yo llegué sin café, sin pan, pero la sonrisa también estaba ahí. Y así, como si fuéramos de excursión al San Diego Zoo, atravesando cerros y arroyos (porque no hay otra forma de llegar a ningún lado en esta ciudad), llegamos a El Colef.
Era mi primera vez en esa biblioteca; todo lo observaba con detenimiento y asombro, hasta del más básico material o detalle. No podía ocultar mi entusiasmo al estar allí. Mis ojos emocionados se encontraron con otros iguales, los del flamante editor del sello editorial de El Colegio de la Frontera Norte, Néstor Robles, quien no podía ocultar su propio entusiasmo por tener en casa a Luis Humberto Crosthwaite y, probablemente, también por nosotros, por nosotros que llegamos invadiéndolo todo, tomando fotos de todo, éramos turistas en sus bellos dominios, y todo era bello.
“LEE GRATIS (o recicla)”, es lo primero que puedo leer dentro de la biblioteca. Es un letrero impreso en una hoja que invita a los recién llegados a ojear los títulos que ofrecen en un pequeño estante con libros recién liberados. ¡Qué maravilla es eso! Hasta los libros cumplen períodos de condena y libertad.
Yo, como buena usuaria, elijo tres, no sin antes hojear todos los que me parecían interesantes. Tampoco es agarrar por agarrar; hay que ser selectiva en la vida y sobre todo con lo que entra a tu mente. Los tres que tomé son geniales, cada uno a su manera. Ya les contaré.
Y a la derecha, una pared adornada con los bellos afiches de la imprenta Rescate de Buenos Aires, cuyos diseños tengo en el carrito de compra desde hace cuatro meses y no termino de decidirme por cuáles piezas me llevarán a la pobreza. Compartiendo la pared, un poco más a mi derecha, algo que recuerda al Seestück de Gerhard, pero más bello, vivo, se extiende ante nosotros: ¡el mar! ¡Qué lugar tan bello es el Colef!
La presentación, sí, claro, la presentación… pero es que ese mar. Vale, la presentación. Llena y rara, como nosotros. Al comenzar, uno de los dos presentadores, el femenino, comenzó a leer un texto que parecía interminable, una carta que “una fan” había enviado a propósito del flamante invitado, que, respetuosamente, concedió su escucha paciente. De tal forma, que, al concluir, después de lo que parecieron tres libros de LHC leídos en voz alta, por fin llegó el anhelado momento de escuchar lo que nos tenía que decir dicho autor, motivo de esa reunión, de esta columna, de esa excursión, de aquel pan.
Apenas Luis Humberto había logrado hacerse de nuevo del micrófono para dirigirse al público que ansiaba escucharlo cuando, otra vez, la palabra le fue arrebatada. Esta vez, por un miembro del público. Era una mujer quien se puso de pie y comenzó a hablar en un tono bastante elevado y violento; tenía algo muy importante que decir y no podía esperar hasta la sección de preguntas y comentarios que suelen cerrar las presentaciones editoriales. Nosotros, indignados, mirábamos confundidos a la mujer que, si mal no recordaba, había venido con nosotros en el camión, y hasta que no la vi de pie vociferando no había levantado ninguna sospecha de mi parte. Esa situación insultó mi discernimiento, es decir, mi percepción del bien y el mal. ¿Quién o por qué podría estar gritándole a este sujeto tan amado por todos los presentes y, peor aún, por qué nadie estábamos impidiéndolo?
Mi teoría es que la mayoría de los que estábamos en la presentación de Luis Humberto Crosthwaite y su también nuevo libro, amamos la literatura. ¿Y saben qué? No hicimos nada porque el chisme no es otra cosa más que literatura pura y dura.
De tal modo que todos los presentes nos reacomodamos en nuestros asientos, listos para vociferar, mas no para intervenir físicamente en pro de nuestro ídolo de letras, que en ese momento veía con curiosidad y expectativa a aquella exaltada mujer. Entre el público, los murmullos comenzaron a convertirse en expresiones de indignación de cada vez mayor volumen.
La mujer estaba ahí, frente a todos, siendo protagonista de una presentación para la que nos habíamos preparado por días, que esperábamos con ansias y que no terminaba de comenzar. Lucía molesta, más que eso, indignada. Solicitó un micrófono, y se lo dieron. Mientras eso pasaba, yo leía y releía la dedicatoria del libro:
Este libro es para Karla Rojas Arellano.
Porque me halló en un puesto de chácharas
y se dedicó a repararme. Arregló, calibró,
engrasó, cambió el aceite viejo…
Y tras observar en mí un nuevo brillo,
una nueva vitalidad, decidió regresarme
al mundo de los objetos útiles.
No me explicaba qué clase de situación nos había colocado en este lugar tan incómodo. Repasé en mi mente la lista de los tendederos de acosadores, la del #MeToo, y escarbé en mi memoria para encontrar algún mal comentario sobre Luis. No había rastro y, Dios mío, sabía que no podía haber nada malo en él ahora que Karla lo acompañaba. Las Karlas solemos tener el don de transformar a nuestros objetos amados en las mejores versiones de sí mismos, para nosotras, claro; a nuestro gusto, claro. Pero, oigan, ¡las Karlas también solemos tener buenos gustos!
Continuará…
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