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Viento que llega

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Trato de concentrarme, para nada en particular, no hay un objetivo. Puedo realizar cualquier actividad en este momento, pero el viento no deja de mover las palmeras del jardín comunitario. El ruido es tan fuerte que parece el castigo del día. Lo oscuro del cielo empieza a verse profundo, como si quisiera que mi mente se pierda de nuevo en lo alto, en el todo. Y aquí estoy. Reúno palabras, junto mis fuerzas, mis manos apenas obedecen. A veces así son los días, nuestros días, fuertes ráfagas que no nos dejan andar con libertad por ninguna parte.

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El polvo se mete a los ojos, a la boca, a la nariz, somos de pronto su refugio. Lo volátil escapa a nuestra mirada. La calma llega pero dura unos minutos y otra vez el mismo clima. Lo único apacible aquí es la suave luz que entra por la ventana. Lo demás es el rugido. Busco cobijo. Entro a mi habitación sin encontrar un rincón en silencio. Es de día, pero cuando el viento viene de noche se lleva la paz, la de cualquiera. Hay algo inexplicable en su movimiento, no da oportunidad de hacer ninguna pregunta. Va por debajo de cada débil puerta de una casa, se apodera del descanso de la escalera, de la parte baja de los pesados muebles. Mueve con fuerza los conjuntos de campanas, cada colgante es una frase en su hondo vocabulario.

***

En el piso, entre una pared y un librero pesado, la tierra fina formó un mapa con las gotas de agua y el paso de los días, el paso de la vida. La huella de lo que fuimos. Manchas que dibujan una bahía, márgenes de lo que amamos. La vista ya no se posa en los objetos, la luz suave ya no entra ni desarregla las tardes de las vidas que tuvimos.

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Viento, llévate las canciones, los aromas, las mañanas del café. Levanta la polvareda. Tengo la linterna a la mano, mi guía artificial.

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Has cerrado los caminos, sin embargo a ti nada te frena. Llevas otro nombre.

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