El álbum del año
Un año más ha concurrido, y dentro del listado de propósitos de los cuales sólo cumpliré dos, figuraba el retomar la escritura, por lo que no puedo dejar pasar la oportunidad de agradecer al equipo de Nømadas por cederme este espacio entre plumas de mejor calibre, con esta humilde columna que tratará de hacerle justicia a aquella música que no se mueve entre los reflectores de grandes escenarios; a los Velvet Undergrounds y los Throbbing Gristles de hoy en día; a la música discreta que suena para quien la quiera escuchar.
No se puede iniciar el año hablando de música sin caer en la retrospección, resaltando aquello que tuvo más impacto entre una infinidad de discos que vieron la luz el año anterior. Como es costumbre, el monstruo mediático nos presentó sus listas de “lo mejor”, así como su envidiado puesto del “disco del año”, pero, habrá qué preguntarnos ¿aún tiene importancia ese título?
Claro, hay algunos álbumes cuyo alcance fue tal, que incluso quienes se mantienen al margen de la industria sintieron su impacto, pero eso no los hace inmunes a observaciones críticas cuestionando la importancia de su importancia, pues es imposible negar que hay casos de éxito que más bien parecen el resultado de una agresiva campaña de publicidad en la que algunos medios participaron de manera involuntaria o en completa complicidad con la máquina.
¿Eso significa que esas obras carecen de valor? No. Pero hay música que se hace sin la necesidad tan latente de entrar en todo ese juego, y es aquí donde resaltan esas placas que probablemente no resuenen como un álbum de la Swift, pero que para la audiencia curiosa pueden tratarse de piezas importantísimas por su valor en diferentes ámbitos, más allá de su viralidad. Esto no es una gran revelación; es el mismo discurso de siempre, pero nunca estará de más abogar por el underdog.
Por ejemplo, la reedición del compilado FEMIRAMA (Munster, 2023), desempolvó un retrato del trabajo desde el frente femenino en prácticas de índole industrial y avant-garde en los 80s, y desde nuestro continente, el joven sello guatemalteco, Tujaal Sounds, presentó Sonidos Perdidos de Centroamérica, recopilando tracks de grupos de rock, funk y soul de los 60s y 70s de esa área del continente que por lo general es ignorada por la prensa. El valor de esos lanzamientos no está en su nivel de popularidad, sino en su contribución en términos de difusión y curaduría. OTONO, sello capitalino dedicado a la vanguardia, rescató grabaciones de una mítica colaboración entre Kawabata Makoto y diferentes entes de la escena experimental mexicana, dándole un segundo aire a material que se creía perdido, presentándonos el registro de un evento único, enriqueciendo el panorama de lo que se lleva a cabo dentro del país, y es ahí donde radica su importancia.
Esos álbumes no son más que una infinitesimal muestra en un recuento bastante parco que no pretende juzgar ni minimizar las opiniones de quienes pudieran estar leyendo esto, sino dar otra perspectiva. Lo importante es la conversación y discusión. Al final, todo depende de qué es lo que buscamos y esperamos de aquello que escuchamos, y esto puede cambiar año con año, importando un bledo lo que digan Pitchfork o Rolling Stone, aunque, para bien o para mal, estos funcionen como reflejo de la cultura a nivel general; así que, no importa si se trata de SZA o Fiorella 16, ambos tienen su respectivo valor y ambos son susceptibles a la crítica.
Por ahora, no queda más que por fin callarme no sin antes dejar la siguiente pregunta a quienes se hayan animado a terminar este texto: lectores, ¿Cuáles fueron sus álbumes favoritos del 2023?