(Crónica) La noche del Iguana
Por Homero Hontiveros / La Zona Sucia
Este 22 de mayo se cumplieron 12 años de aquella fatídica noche en la que el mítico Café Iguana en Monterrey, sufriera un atentado que no solamente conmocionara al histórico Barrio Antiguo, sino a toda una sociedad y una generación que entonces tenía en el rock una válvula de escape. A propósito, acá retomamos está crónica que da cuenta de ello.
Sabíamos que esa noche iba a llegar, lo que no sabíamos era cuando. El Barrio Antiguo, en la ciudad de Monterrey, se había convertido en una bomba de tiempo al ser secuestrado por los Zetas. No era algo que solo ocurriera en esa zona, en realidad todo el estado había sido tomado por este grupo delictivo y el Barrio no fue la excepción, mucho menos tratándose de un punto neurálgico de la capital metropolitana donde confluían muchas personas.
Desde el 2009 se había sentido la llegada de la ola de violencia provocada por los delincuentes a quienes llamaban “los de la letra”, para no mencionar la zeta, esa última palabra del abecedario. Pero fue esa noche del 22 de mayo del 2011, con la balacera al Café Iguana, que llegó a su punto álgido una de las épocas más violentas en la ciudad. Después de este hecho sucedería lo del Casino Royal y la masacre del Sabino Gordo.
Han pasado ocho años y la herida sigue abierta. Esa noche del 22 de mayo las redes sociales estallaron todas con la misma noticia: Habían disparado contra el Café Iguana y había personas muertas. Para algunos de nosotros bastó ver una foto de alguien derrumbado en el suelo, con unos tenis blancos, para saber que se trataba del Pablote, el rostro del Café Iguana, al que todos conocían. Sabíamos que algo iba a ocurrir, pero nunca imaginamos cuándo.
Los Zetas se habían adueñado del Café Iguana y lo habían convertido en su centro de operaciones, desde ahí controlaban toda la vida nocturna del Barrio. Era fácil detectar a quienes trabajaban para “la letra” porque no encajaban en ese lugar. Ahí, tanto en el baño de hombres como en el de mujeres, vendían cocaína con la misma ligereza con la que se venden chicles.
La parte trasera, que hoy es el Salón Morelos, era una especie de oficina de ellos, donde coordinaban todas sus acciones en esa parte céntrica de la ciudad. Digamos que el Café era la matriz desde donde se organizaba la distribución a los otros bares del Barrio Antiguo. Porque, contrario a lo que muchos piensan o creen, esto no solo ocurría en el Iguana, sino en la mayoría de los bares de esta zona. En casi todos había “zetas” en los baños vendiendo droga.
Había una cierta idea de que el Barrio estaba blindado. Es decir, se lo habían apropiado los Zetas, y ellos controlaban toda la ciudad, entonces era difícil que algo pasara ahí. Pero muchos de nosotros intuíamos que cuando pasara, porque iba a pasar, sería muy doloroso y nada quedaría igual.
Esto provocó que el Barrio se volviera aún más violento, porque de pronto todo mundo tenía acceso libre a consumir drogas, y resulta que la cocaína no es para cualquiera. Por eso muchos llegaban, compraban como si fuera botana, la consumían y terminaban poniéndose violentos. En esos años, entre 2009 y 2011, en el Barrio Antiguo se vivía un ambiente de paranoia.
Una vez que vimos cómo actuaban los maleantes, todo mundo se cuidaba hasta de lo que platicaba, porque no sabías quién estaba a tu lado y podía ser un zeta. Y si decías algo inapropiado, lo mínimo que podías recibir era una golpiza. Muchos fuimos testigos de las golpizas brutales que les daban a clientes que habían hecho o dicho algo que no les parecía y eran castigados.
Los hombres armados empezaban a convertirse en algo normal. Camionetas circulaban con jóvenes que no pasaban de los veinte años portando armas largas, con chicas de la misma edad y un elevado olor a marihuana. Ellos se paseaban tranquilamente mostrando su poder. ¿Qué hacíamos los demás? Nos volteábamos hacia otro lado. No queríamos ver. Y es que no podíamos hacer nada, mucho menos cuando éramos testigos que muchos de los vendedores que estaban en el Barrio, llegaban transportados en patrullas que prácticamente la hacían de choferes.
Estábamos amedrentados, pero nos negábamos a dejar de ir a los bares que nos gustaban. De hecho, casi como una negación, había una cierta idea de que el Barrio estaba blindado. Es decir, se lo habían apropiado los Zetas, y ellos controlaban toda la ciudad, entonces era difícil que algo pasara ahí. Pero muchos de nosotros intuíamos que cuando pasara, porque iba a pasar, sería muy doloroso y nada quedaría igual.
En una ocasión, platicando con Fony, dueño del Café Iguana le cuestioné por qué permitía que eso sucediera. Le dije que ya era muy descarado lo que pasaba en su bar. Su respuesta no dejo lugar a ningún otro cuestionamiento: “Mira güey, yo tengo una familia: un hijo, una hija y una esposa. Por ningún motivo los voy a poner en riesgo a ellos. Si estos cabrones se quieren quedar con el bar, que se lo queden. Yo no le voy a pegar al héroe. Además, si cierro, seguro van por mi”.
No hay nada que decir contra eso. Cuando ellos convierten ese lugar en su centro operativo, no van a soltarlo sea como sea. Y esa era la situación con la mayoría de los bares. Nadie les iba a decir que no entraran a vender a los baños porque sabían que si lo hacían serían castigados y los Zetas ya habían demostrado ser realmente despiadados.
Entre todo ese alboroto de paranoia, miedo e inseguridad, la figura de Pablo, Pablote para muchos, es fundamental. Dentro del Barrio Antiguo todos los elementos de seguridad de los bares lo conocían y respetaban. No había nadie, empleados y dueños, que no supieran quién era él.
Alto, de cuerpo fuerte y ancho, tapizado de tatuajes y con dos arracadas colgando de sus orejas, era fácil identificarlo. Imponía con su sola presencia. Para muchos significaba seguridad, es decir, se sentían seguros donde estuviera él, y otros sabían que no había que meterse con su persona ni con su trabajo.
No se trata de victimizar a Pablote, porque la realidad es que no hablamos de un santo. Pero él también fue victima, igual que el Café Iguana, Fony y muchos de los bares del Barrio, de la violencia que se vivía en ese momento en la ciudad. ¿Por qué? Porque ellos no lo escogieron, sino que tuvieron que adaptarse a una situación de la cuál no se podía hacer mucho.
Cuando los Zetas llegan al Barrio se dan cuenta de la relevancia que tiene él ahí y lo empiezan a utilizar primero para su beneficio, y después a involucrar en sus acciones. Pablo siempre fue de experiencias fuertes, de adrenalina; era un tipo que saltaba a los golpes con singular alegría y le gustaba mostrase poderoso. Todo esto hizo que los maleantes cada vez lo involucraran más con ellos. Sin embargo, y sin ningún temor a decirlo, todo esto fue circunstancial. Porque si los Zetas nunca hubieran llegado al Barrio, Pablo nunca habría tenido relación con ellos. Todo sucedió a partir de la intromisión de ellos en la zona. Pablo fungía un papel mucho más complejo.
Ese papel era un tanto de intermediario entre los Zetas y la gente de los bares, incluyendo trabajadores, dueños y clientes. En una ocasión platicaba con él y le recriminaba que se relacionara tanto con ellos, le decía que se estaba metiendo de más, a lo que él respondía que no, que él sabía hasta donde. Y cuando le pregunté por qué lo hacía, me dio a entender que no tenía alternativa pues a ellos simplemente no se les podía decir que no. No se me olvida el silencio que hubo entre nosotros dos sentados en una banca del Café, y menos con lo que me dijo enseguida: “Además, si no estoy yo, estos culeros ya se hubieran pasado de verga con todos”.
Es cierto, algunos, por no decir muchos, fuimos testigos de cómo Pablo intercedía para que hubiera un poco más de tranquilidad. Incluso a veces impidiendo que los “malitos” golpearan a alguien sin sentido. Se habla incluso de haber intervenido de alguna manera para que soltaran a un dueño de un bar que habían “levantado”. Si había un problema en algún bar, la gente que ahí trabajaban, no dudaban en hablarle a Pablo para que les ayudara a resolver lo que hubiera sucedido. No es descabellado decir que si el Barrio no estalló antes, de alguna forma tuvo que ver con la figura del Pablote.
No se trata de victimizarlo, porque la realidad es que no hablamos de un santo. Pero Pablo también fue victima, igual que el Café Iguana, Fony y muchos de los bares del Barrio, de la violencia que se vivía en ese momento en la ciudad. ¿Por qué? Porque ellos no lo escogieron, sino que tuvieron que adaptarse a una situación de la cuál no se podía hacer mucho. ¿Pudo haberse negado a relacionarse con ellos? Pudo, pero no sabemos qué hubiera pasado.
Es cierto que le gustaba ese tipo de adrenalina, pero como dije anteriormente: si ellos, lo Zetas no hubieran llegado a adueñarse del Barrio y de las personas, el Pablote no habría tenido que relacionarse con ellos ni el Iguana hubiera sufrido nada de lo que pasó antes y durante la madrugada del 22 de mayo del 2011, cuando unos hombres armados dispararon contra la fachada sin importar que hubiera mucha gente dentro y afuera del lugar. ¿Por qué dispararon? Hay distintas versiones y ninguna clara, todas suposiciones.
Lo que sí queda claro es la importancia que tenía Pablote y el Café Iguana para el funcionamiento del Barrio Antiguo, pues apenas murió todos los bares, como un efecto dominó, cerraron y la gente dejó de ir. No era para menos, habían atacado aquel lugar donde muchos pasamos gran parte de nuestras vidas.
Desde entonces esa noche ha quedado detenida en el tiempo. Si bien Fony dice que ha tratado de seguir adelante, incluso hoy ha crecido mucho más el Café, esa noche que ha quedado intacta en la memoria, siempre será la noche del Iguana.
*Crónica publicada con meros fines informativos, la publicación original la encuentras AQUÍ.