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Tijuana de mazapán, mi caos favorito

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Por Daniel Salinas Basave

Si a mí me preguntan cuál es mi dulce favorito, yo tengo muy clara mi respuesta: el mazapán. Uno de mis recuerdos más añejos se remonta a cuando estando en el kínder nos llevaron a conocer la fábrica de Mazapán Azteca en Monterrey. Aunque he tenido que ponerle freno a mi vicio por su alto contenido calórico, soy y seré un mazapanero irredento. Así las cosas, me siento muy orgulloso de vivir en Ciudad Mazapán

Nuestra Tijuana jamás deja de jugarme nuevas bromas y darme sorpresas enseñándome rincones urbanos que de tan improbables parecen contorsiones circenses, desafíos a la gravedad, malabares arquitectónicos de llanta y lámina al borde del vacío. Laberinto de cañones y desbarrancaderos, infranqueables abismos en diálogo con el infinito, mentada de madre topográfica .

Vistos desde la ventanilla de un avión que despega, los cerros y laderas semejan pastelitos de lodo en donde las casas fungen como velitas. Castillos de arena siempre a punto de desmoronarse y caer desparramados sobre un montón de viviendas de lámina, madera y cartón en donde cada día miles de familias desafían a la existencia y dan lecciones de supervivencia en un entorno hostil donde cada lluvia desata una hecatombe. Un mazapán recién mordido.

Basta ver los cortes de cerro, similares a un polvorón de azúcar mojado en leche. Montes cortados de tajo por el cuchillo voraz de las inmobiliarias capaces de tragarse la Pangea con tal de construir 10 mil microcasas al año y tener a 10 mil clasemedieros como esclavos de sus créditos.

Basta ver las laderas en donde en un amanecer brotan como protuberancias infinitas casas de lámina y cartón sostenidas por el infalible cimiento de llantas esperando pacientes el derrumbe. Tijuana de cerros y hoyos, orgullosa ciudad puberta ampliándose tres cuadras diarias. El municipio más poblado de México, el paraíso a donde miles siguen soñando con emigrar.

Lo paradójico es que Ciudad Mazapán se ha convertido en una de las cuatro urbes con las rentas más caras de México. En Ciudad Mazapán el metro cuadrado vale una fortuna y las inversiones inmobiliarias siguen llegando y fluyendo entre microcosmos improbables yacientes al fondo de irredentos cañones esperando, como reses en el matadero a que Doña Naturaleza, vistiendo su traje de furia, venga a danzar por nuestra ciudad.

Y pese a sus toneladas de caos a cuestas, si a mí me preguntan, yo sigo creyendo que este es uno de los mejores lugares de México para vivir. No cambiaría por nada mi costa pacífica bajacaliforniana. La prefiero muy por encima de mi natal Monterrey o la odiosa Tenochtitlán. Adicto al caos, manda decir Megadeth y Tijuana es mi caos favorito.

¿Han leído la Balsa de Piedra de José Saramago? En dicha novela, una grieta abierta espontáneamente a lo largo de los Pirineos provoca la separación del continente europeo de toda la Península Ibérica, transformándola en una gran isla flotante, moviéndose sin remos, ni velas, ni hélices en dirección al sur del mundo, camino de una utopía nueva.

Hoy me da por creer que ese es nuestro destino, que Baja California es la auténtica Balsa de Piedra, ni mexicana ni estadounidense, que se irá flotando a la deriva por el Pacífico rumbo a nuestra divina utopía mientras el guardafaro de las Cuatro Coronados se pregunta desde su torre a dónde carajos se ha ido navegando la tierra firme.

Tiempo de romper la dieta y comerme un mazapán…

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